Del 7 al 10 de junio // En pocas palabras: sol y nubes que quedan bien en la foto // 28º

¿Seguir o quedarte?

Se acabó eso de “estar tirado” en el paraíso todo el día. Maldivas quedó atrás. Por un lado, cada vez que te tienes que ir de un sitio, sientes un poco de tristeza. Le has cogido cariño y sientes que te queda mucho por ver pero, por otro lado… esa sensación de que algo totalmente nuevo empieza, hace que te dejes de morriñas, lagrimillas y varios. Sencillamente, estás enganchado al cambio. A la novedad. Y esto… no sabes si es bueno o malo. Sigues con “el síndrome del eterno viajero” dentro y de momento, esta enfermedad no parece tener cura.

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Sri Lanka era una deuda pendiente desde hacía tiempo. Entró y salió de tu ruta en la vuelta al mundo varias veces y al final, no hubo manera “de hacerle hueco”. Para tí era como la eterna promesa que calienta banquillo esperando la oportunidad para quitarle el puesto a un titular. Por eso, con todas las ganas que le tienes a la antigua Ceylan, Maldivas y sus playas doradas de agua turquesa pasan a mejor recuerdo. Sin penas. Sin nostalgia. Sin dudas.

Cada vez que cambias de país, se produce ese momento de “atontamiento” que te hace estar un poco más en guardia. ¿Cuánto vale una botella de agua? ¿Cuántos euros es una rupia? ¿Cómo funcionan aquí las cosas? Es una sensación que también te gusta. La del reto. La de la superación. La de ir ganándole terreno en conocimiento a un país que, al principio, te resulta distante y extraño.

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Como llegas un viernes por la tarde y quieres gestionar la visa para India en Colombo, te quedas un par de noches en Negombo. Un lugar al que todo el mundo viene por sus bares y su playa. Como en Maldivas hiciste una limpia de ingesta de alcohol, los bares no te ponen mucho y como vienes “del paraíso”… la playa, menos aún. Así que decides buscarle el punto al lugar y lo que más te llama la atención es un mercadillo de frutas, un par de templos hindues y, sobre todo… el fish market. Sencillamente, te quedas sin palabras al verlo…

Llegas. Rellenas. Sales. Vuelves. Firmas. Pagas. Te vas. Una vez acabas con las gestiones necesarias en Colombo para el visado a India (en tiempo récord gracias al post que en su día hicieron sobre el tema los chicos de La Ruta del Mate), empieza tu verdadero mano a mano con Sri Lanka. Decides subirte al tren con destino a Galle (ayyyy… el tren, cómo te gusta ese medio de transporte casi perfecto).

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El trayecto te relaja. Te amansa. Te recoloca. Ese traqueteo que a veces te deja ver la playa y te despierta en medio de un bosque… Te atonta. Te limpia lo que sea que llevas dentro para dejarte en un pensalograma plano… Casa. Puente. Casa. Árbol. Árbol. Niño. Casa.

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Y llegas a Galle. Una ciudad en la que los holandeses se hicieron fuertes. Robustos. Impenetrables. Paseas por la fortaleza en la que quedaron encerradas casas, calles y faros. Paseo arriba, paseo abajo… “te escapas” al mercado… pero vuelves. Vuelves para darle duro al zumo de mango, para ver fachadas, antigüedades y niños tirados por cometas…

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Vuelves para dejarte querer por las puntuales puestas de sol y notas que sí, que estás a gusto de nuevo.

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El vértigo del cambio pasó. Rápido. Sin darte cuenta. Y te vino bien, como siempre pasa. Tan bien te sienta esta ciudad que te planteas quedarte varios días pero, sencillamente, no puedes dejar de avanzar. La curiosidad te arranca del sillón (metafóricamente hablando porque estás en una silla de plástico coja) una y otra vez. No puedes quedarte. Una vez más, tienes que seguir. En esta ocasión, para descubrir por qué tenías tantas ganas de venir a este país.

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Te vas con una nueva sonrisa puesta pero tienes un problema que debes reconocer… esto de que te atraiga tanto cambio, es digno de estudio. Lo de que eres un facilón y que rápidamente te encuentres bien, incluso después de estar en el paraíso, también.

3 Comentarios

  1. Precioso post, muy poético. Me ha encantado la parte del tren. No hay nada como un largo viaje en tren cuando estás cansado de explorar…

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