Como has venido “a jugar”, le dices que sí y te manda la ubicación de la fiesta. En muy poco rato apareces allí. Llamas y te abren sin preguntar. La gente te va indicando hacia arriba y apareces en la azotea donde están haciendo una barbacoa y se ve el Manhattan a lo lejos. Conoces un montón de gente y hablas con unos y otras entre cervezas y alitas de pollo.
La noche es larga e intensa y te lo pasas tan bien que no te importa despertarte al día siguiente a media tarde en el sofá del salón de la casa. Sin ver la misa gospel. Sin ver Central Park. Pero revisando las fotos de una noche loca que es imposible preparar. Ya solo te queda ayudar a recoger un poco y volverte a Queens. Al día siguiente, te levantas con la calma y el metro hasta la terminal 7 del aeropuerto JFK. Al despegar, miras por la ventanilla hacia abajo saboreando los momentos y experiencias que has vivido. Buscando formas en las nubes, piensas que no haber visto gran parte de Nueva York, es la mejor excusa para volver cuanto antes.
FIN