Hay que controlar las pantallas para niños/as pero, ¿y para el resto de personas?
Inicio
Hace un par de días, volviendo en tren de Barcelona a Madrid, nos quedamos parados en las vías poco después de salir. Un trayecto de dos horas y media que acabaría durando más de seis, se convirtió en la confirmación de un momento revelador.
Se lleva mucho (con razón y por muchos motivos), intentar alejar a niños y niñas de las pantallas. Nosotros no tenemos tele en casa y limitamos todo lo que podemos el consumo semanal de dibujos. Somos muy abanderados del “es bueno aburrirse para crear, para pensar… para jugar”. Y sí, ese peaje acaba funcionando. Al final, como no pueden sacar su ordenador y ponerse dibujos porque no tienen, acaban siendo ese niño y esa niña que queremos: jugando, porque es lo que toca a estas edades. Vale. Minipunto consciente y de apego para nosotros.
Breve inciso
Por otro lado, y no quiero dejar pasar esto, está el tema de la crítica del entorno cuando juzgan a una familia porque en un momento dado, ven que le han dado en un restaurante una pantalla a su hija o hijo. Y es que claro “Yo no lo haría… con lo malo que es”. Vale, nosotros nunca lo hemos hecho (otro minipunto), pero qué complicado es. Porque claro, lo que hacen nuestro hijo y nuestra hija entonces es, adivina… ¡Jugar! Ahá, Justo lo que le decimos habitualmente que tienen que hacer. Y entonces, a esas personas con las que coincidimos en el restaurante, sala de espera, autobús o lo que sea a las que tanto les incomoda que los niños/as estén frente a una pantalla… resulta que le molestan los gritos, los saltos, las risas, etc.
¿Entonces? ¿En qué quedamos? Porque no pretenderás que pequeñeces de entre 3 y 9 años se queden mirando al infinito durante un par de horas sin interrumpir tu «interesante» conversación con otros adultos/as, o, en caso de que no haya nadie con quien hablar, interrumpa tu podcast, tu serie, tu whatsapp que tú sí tienes para entretenerte, ¿verdad?

Desarrollo
Y es entonces, cuando un día cualquiera en el que no tocan dibujos, Koke (después de haber dibujado, construido con legos y moldeado con plastelina), nos dice por enésima vez eso de “Me aburro”. Y nosotros, de nuevo, desde el cariño, el apego, la sensación del trabajo bien hecho, la buena educación y tal y cual, eso otro de “Y… ¿qué piensas hacer al respecto? Porque yo nunca me aburro”. A lo que él nos responde, “Claro, vosotros tenéis móvil”. Y es ahí cuando sentimos un pequeño pellizco en alguna parte del lóbulo parietal. Intentamos salir airosos con un semidigno, “Bueno, es que es para trabajar”.
Nota: tú y yo sabemos que no siempre es para trabajar.
Desenlace
Y por corte, volvemos a ese tren en medio de las vías en algún lugar de la Cataluña exterior. Dentro de este vagón estamos solo adultos. Las personas que tenían alguna cita o algo de prisa, se resignan y llaman para aplazar o cancelar su plan inicial. El resto (nos incluimos), no estamos realmente mal. Tenemos móviles. No hay niños que “molesten”. De hecho, solo cuando se pierde algo la señal de cobertura/datos es cuando se percibe cierta crispación y nervios. Si no, tenemos entretenimiento garantizado y hay electricidad infinita para recargar todo tipo de mundos ajenos que nos anestesien hasta que el tren se mueva.
¿Por qué no cantamos, dibujamos o charlamos entre nosotros/as? ¿Por qué no creamos? ¿Por qué no pensamos? ¡Si es una oportunidad fantástica que nos daba la vida para aburrirnos!

Conclusión
Los niños/as son un espejo crudo que nos habla sin medias verdades. A la cara. De tú a tú. Sin filtros. Dando donde más duele. Desde la crítica más sincera y constructiva. Son un auténtico máster de crecimiento y desarrollo personal. Y de esto, también hablamos en nuestro documental Caminos.
Duele. Claro que sí. Lo importante es qué haces con esa sensación.