Del 28 de septiembre al 4 de octubre // 26º // Más que buen tiempo… frenesí

El post más extraño jamás escrito sobre Kyoto es aquel que empieza con la frase: “tu ciudad favorita siempre fue Berlín”. No se trata de jugar al despiste. Ni de un barato juego de palabras. Ni de una vil forma de llamar la atención. Sencillamente, “son posts que pasan” hasta en los mejores blogs. Y dicho esto…

Tu ciudad favorita siempre fue Berlín…

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Allí habías acudido ocasionalmente y con muchas ganas, unas siete veces. Te encantaba esa fuerte mezcla de carga histórica, con su intensa faceta callejera de ciudad llena de vida para todos los públicos, esas pinceladas de “rollito underground que tanto se lleva”, ese punto estético que queda muy muy bien en las fotos y esos mil rincones que esconden grafitties inesperados, bares en los que corre cerveza a granel, galerías de arte con más que arte, tiendas de ropa de tercera mano y lugares con pseudoencanto postmodernista vanguardista ista ista.

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Así fue. Así era. Así íba a serlo siempre. Por eso defendías “a capa de lunares y espada láser” a Berlín como tu ciudad favorita. La única. La inigualable… ¡Tu Berlín! Aquella en la que querías vivir algún día. En alguno de sus barrios. En algún momento. Aquella a la que siempre querrías volver. Aquella a la que juraste fidelidad eterna, hasta que se cruzó en tu camino Kyoto y todo cambió solo unas horas después de llegar.

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Sus calles bajas, su ambiente tranquilo, sus increíbles rincones, su constante olor a comida rica… su río… sus templos… su “¿qué estás haciendo conmigo Kyoto?”

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Al segundo día de enajenación estética transitoria, te dejas llevar por la emoción del momento y escribes en tu perfil de Facebook lo siguiente: “Ha sido bonito este idilio que ha durado más de 10 años pero se acabó. Lo siento Berlín… es oficial: mi ciudad favorita a partir de ahora es Kyoto”.

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Y todos sabemos lo que significa soltar en ese muro lapidario que es Facebook lo que sientes. Exponerte en ese diario eterno que perdurará y transmitirá tus sentimientos instantáneos más profundos y efímeros aunque ya no estés. En ese muro de las lamentaciones y las alegrías testigo de tu día a día. De tu minuto a minuto. De tu gin tonic a bocadillo de calamares…

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Y así, sin más… sin pensarlo mucho… dices que Kyoto es tu ciudad favorita y te quedas tan ancho mientras empiezas a llenar “de supuestas fotos que recordar” tu tarjeta de 64gb (sin criterio aparente ni rigor tangible). Todo te parece bien. Todo te gusta.

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Te encanta el Arashiyama Bamboo Grove, ese bosque de bambú de camino serpenteante que quieres solo para ti y nadie más. Te pierdes en el Fushimi Inari, ese santuario sintoísta que sube y baja lleno de torii (o arcos tradicionales japoneses que constatan donaciones de particulares, familias y compañías).

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Dejas pasar el tiempo en en el templo budista Daigo-ji a golpe de tu eterno e inseparable sandwich casero.

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Acudes, puntual, a saludar al dorado templo Kinkaku-ji. Recorres los jardines del Kyoto Imperial Palace. Todo se para… todo se frena… todo se relaja… en el jardín Zen Ryoan-ji.

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Saludas al Yasaka Shrine, al Kiyomizu-dera, al Nijo Castle… Vas y vienes por Pontocho, por Gion, por el Nishiki Market… Para acabar con una fuerte resaca emocional a orillas del río Kamogawa.

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Con todos esos argumentos visuales, sumados a esa cantidad de mini emporios gastronómicos que están a la vuelta de cada esquina y en los que querrías morir a golpe de ramen, de okonomiyaki, de lo que sea susceptible de ser comestible…

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Con toda esa ciudad de casas bajas de no más de tres plantas de media que no te agobia, que te invita, que te lleva, que te seduce… Con esa ciudad que te roba la admiración en 24 horas… Con ella… Con toda ella, rompes con Berlín.

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Y así sigues durante 7 días 7, de extremo orgasmo visual en el que nada más importa. Mientras te dejas llevar, te haces la eterna pregunta: “¿podrías vivir aquí?”… “sí, oh… sí”, respondes. Estás en plena pasión japonesa. A punto de kamasutra nipón. Todo te gusta. Todo vale. Todo queda bien en la retina, en la foto, en el paladar… ¡Qué descubrimiento está siendo Kyoto! Piensas.

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Te mueves entre elegantes maikos y geishas que derrochan glamour contenido. Entre perfectos templos que destilan buen gusto y equilibrio por los cuatro costados y elegante tejado. Entre insuperables gyozas de inmejorable textura, forma y sabor…

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Estás en el epicentro del auténtico y ancestral Japón. Estás en el lugar perfecto. En el momento justo. En lo mejor del viaje. Y sin embargo… (porque siempre siempre hay un inconformista y humano “sin embargo”).

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Sin embargo… con el paso de los días, de las sensaciones, de las emociones… echas de menos a tu querida Berlín y piensas que pesa más la sorprendente constancia que la puntual sorpresa. Esa ciudad que te dio mucho menos en más tiempo. Esa ciudad que a veces fue hostil. Fría. Ingrata. Esa ciudad a la que, sin embargo (y repites “sin embargo” por cuarta vez como para justificarte), le debes pleitesía contra tu voluntad. Contra tus ganas. Contra “esa pose” que supone decir… “mi ciudad favorita es Berlín” y que sin poder evitarlo, resulta que es verdad.

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“Kyoto… Fuiste un amor pasajero. Un enamoramiento súbito. Un real capricho. Un golpe de locura”. Dices en voz alta. “Todo lo que te dije, todo lo que pensé sobre ti, todo lo que sentí… fue real. Fue así en aquel instante mágico pero… Berlín es Berlín. Con todas sus imperfecciones. Espero que lo entiendas y que a pesar de todo, quieras que sigamos llevándonos bien y me recibas igual la próxima vez que venga porque… sí, seguro que volveré a verte”.

9 Comentarios

  1. MARIA ESTIBALIZ SALAVERRI ESPADA Responder

    Berlín, siempre Berlín. Vuelvo en verano por segunda vez a kioto, ya te dire. Me ha encantado el post

  2. pablo strubell Responder

    Aish… por un segundo tembló Berlín.
    Precioso y emocionado recuerdo de esa ciudad tan especial como es Kyoto. Y esas gyozas… aish..

  3. ¡Grande el post! Yo a Tokio no la cambio por nada, pero Kioto es bonita también, aunque definitivamente no me veo viviendo acá mucho tiempo.

    La pregunta del millón: ¿a qué hora tuvieron que despertarse para hacer las fotos del Bosque de Bambú y el Fushimi Inari sin gente? ¡Siempre que voy están llenos! 🙂

    • Estábamos allí sobre las 7:30 o así. Ante todo, hay que tener paciencia y esperar los huecos… y llegará el milagro 🙂 Kyoto es más tranquila, sin duda. Para mí, tiene un poco de todo. Al fin y al cabo, dicen que es el Japón auténtico. Abrazo!

  4. Ja ja, sí, todos traicionamos a nuestra “ciudad favorita” alguna vez. La mía era Venecia… hasta que fui a Japón por primera vez. Pero luego volví a Venecia y… bueno, que prefiero ser polígamo: Venecia, sí, pero también Tokio. Y Copenhague, New York y Amsterdam y Barcelona y… 😀

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