Del 1 al 6 de junio // Temperatura: 18º // Nubladillo… con ganas del sol por asomar los rayos

Cada vez que “se acaba” un país… “otro empieza”. Estás sometido a una montaña rusa de emociones difícil de explicar. Por un lado, te vas con cierta pena. Cuando ya le habías cogido el truco a Perú… a sus gentes… a sus carreteras… a sus contrastes… y a su comida (eso fue fácil)… lo dejas por Ecuador. Por otro lado, le has cogido el gusto a eso de que todo sea tan distinto de un día para otro. Estás enganchado a que la gente te hable distinto, a que la comida sea diferente, a que lo paisajes no tengan nada que ver… con lo ya visto. Ecuador es un país que, “en el principio de los tiempos”, ni siquiera estaba en tu ruta y que poco después, entró en la lista única y exclusivamente como vía para pasar de Perú a Colombia. Cuan equivocado estabas…

la_ruta_de_la_sierra_algo_que_recordar_01 Entras a Ecuador por la frontera de La Balsa. Un paso más que peculiar por el que… “no pasa” nadie. Y lo haces por “la puerta de atrás”… sin colas… por la selva… Por delante, un país que es una incógnita total para ti. Cada vez te da menos tiempo para leer sobre los sitios a los que vas y lo dejas más y más en manos del destino, la sorpresa y los consejos que te dan por el camino.

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Las primeras horas las pasas bajo una intensa lluvia esperando un camión que “han operado para convertirlo” en un bus (sin paredes y con bancos de madera) que te llevará por en medio de la jungla hasta Zumba. Como se dice en el cortometraje “El síndrome del eterno viajero”… nada más entrar en un país “pagas un pequeño peaje… un periodo de descompresión, o mejor dicho… de comprensión” y por eso hay que seguir al máximo aquella frase tan manida que reza “donde fueres haz lo que vieres” pero esta vez, no lo haces.

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Así que mientras todo el mundo se sienta en los bancos de delante, eliges el de atrás del todo porque desde allí… las vistas son mejores. ¿Resultado? Vas encima de las ruedas traseras y de todos los baches posibles que te hacen dar brinco tras brinco sobre la “testadura” madera haciendo que los niños se giren para mirarte con cara de “¿Por qué se sientan ahí esos extranjeros?

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Según te han dicho, y ya que no vas por la ruta “por la que suele ir todo el mundo”, después de hacer noche en Zumba tienes que ir a Vilcabamba sí o sí, a Loja también o también y a Cuenca sin duda o sin duda… antes de llegar a Guayaquil. Así que, si varias personas coinciden en el diagnóstico… por algo será. Después de tu entrada tan “triunfal” como pintoresca, pones rumbo a Vilcabamba (la ciudad con mayor longevidad del mundo). A las pocas horas de llegar te sientes… relajaaaaado… tranquiiiiiiiilo… y entiendes porqué todo el mundo con el que te cruzas te dice que “a Vilcabamba le llaman Atrapabamba”. Y es que más de uno llegó para pasar un par de días y lleva más de seis meses allí. Permaneciendo. Dejando pasar los días. Charlando con el primero que pasa. Sentándose en los escalones de la Iglesia del Parque, subiendo al Cerro Mandango, haciendo un trekking por Rumi Wilco para acabar en la cascada… Yendo y viniendo. Sin envejecer. O mejor dicho… rejuveneciendo. Aunque las cosas que “hay que ver”… las ves. Eso, no es lo que importa en Vilcabamba. Aquí no se viene a ver. Se viene a ser.

la_ruta_de_la_sierra_algo_que_recordar_07 Aunque Loja no es una gran-gran ciudad… todo te parece que va más rápido. Los días que habías rejuvenecido en “Atrapabamba”, los recuperas de golpe. Coches, gente, autobuses, tiendas… ¿Cómo todo puede cambiar tanto a sólo una hora de distancia?

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A las pocas horas ya te has hecho al frenético ritmo de vida y te dejas llevar por las calles de Loja como si fueras de allí de toda la vida. Numerosas iglesias, alegres ventanales, calles de otra época…

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Pasas por El Valle, la Catedral, la Iglesia de Santo Domingo… Y frente a la Iglesia de San Sebastián, le pides a un ecuatoriano que os haga la foto de “desafío” de rigor cruzando los dedos para que no te corten los pies (como suele ocurrir) y… empezáis a hablar.

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Resulta que vivió en España unos 12 años. Fue para ganarse la vida y se tuvo que volver cuando las cosas le empezaron a ir mal. Cruzando los dedos, le dices: “espero que te trataran bien” a lo que te responde “sí, me trataron muy bien y sólo tengo palabras de agradecimiento”. “Menos mal”, piensas. Y es que, te la has jugado con el comentario…

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Llegas a Cuenca y te enamoras…

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Cuenca, “la ciudad de las iglesias”, está llena de rincones secretos que piden a gritos ser descubiertos. Rincones de colores bajo la plácida presencia de cientos de balcones rebosantes de miles de flores. Pasas y repasas una y otra vez por las mismas calles… Hacia allá… hacia acá… Sin rumbo. Por el simple hecho de pasear. De mirar. De admirar… la Catedral de la Inmaculada Concepción, la Iglesia de Santo Domingo, la Iglesia de San Francisco…

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Así que, mirando y admirando… percibes que te rodea cierto movimiento cultural. Hay gusto por la música… por el teatro y… espera… espera… ¡por el café!… Y es que para ti, el café es “un modo de cultura”… ¡Que sean dos tazas! -Cómo lo echabas de menos-.

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Sólo llevas una semana en Ecuador y te preguntas por qué nunca pensaste en venir aquí. Te preguntas por qué no formaba parte de tu sueño. Resulta que “no querías darle la vuelta a Ecuador”… como se la estás dando al mundo… y Ecuador te la está dando a ti.

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Una vez más, vuelve a funcionar eso de improvisar y que no haya expectativas. Sin duda son dos ingredientes que hacen que te lleves grandes e inesperadas sorpresas. Cierto es que aunque cuando no se espera nada de un sitio la exigencia es menor y la capacidad de asombro es más alta… agradeces haber venido y que aún te quede mucho Ecuador por delante.

4 Comentarios

  1. Genial Rubén.
    En 2 minutos con tu relato creí estar en Ecuador, en mi “linda Cuenca”.
    Gracias!!

  2. Resulta que “no querías darle la vuelta a Ecuador”… como se la estás dando al mundo… y Ecuador te la está dando a ti. No pudieron haberlo expresado mejor.

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