En París nos rodea una curiosa paradoja ya que, partiendo de la base de que si nos dan a elegir entre un destino lejano (de nombre impronunciable) en el que sus habitantes han desarrollado la capacidad de ver en la oscuridad, o una ciudad como la capital francesa, somos de esos raritos que votan por el primero. A esta premisa se añade una fuerza de la naturaleza a la que no se le conoce nombre (de momento), pero que tiende a llevarnos antes a lo “muy muy lejano” que a lo “muy muy cercano”. El efecto sorpresa tampoco funcionaba como aliciente esta vez, porque ya conocíamos la ciudad y además se comenta (se dice, se piensa) que los parisinos son unos estirados. Sí, a priori, todo pinta tirando a gris. Pero entonces… ¿por qué hemos ido a París y la hemos dejado con pena? ¿Por qué? ¿Eh? ¿Por qué a pesar de todo amamos París?

– Porque si vas con carro te saltas las colas de los museos. Al fin una ciudad que ha entendido que un bebé parado dos horas en una fila es un arma de desestabilización masiva de todos los que le rodean. Y es que tanto en el Louvre como en el museo D’Orsay, los carros y las sillas de ruedas tienen prioridad absoluta.

– Porque siendo una de las ciudades más visitadas del mundo, ha sabido mantener su esencia. París sigue llena de boulangeries, bistró o braseries y no es tan fácil encontrar un Starbucks o un Mc Donald´s. Ni siquiera las zonas más turísticas están llenas de franquicias. Las hay, pero es mucho más sencillo encontrar una panadería de barrio que un Burger King.

– Porque el desayuno tiene nombre y apellido. Croissants con gusto a mantequilla con sus láminas crujientes que no saben a “panaco”, zumo natural, pan recién hecho, confitura de frutas, pain au chocolat, fromage… En algunos lugares del mundo no hay mucha diferencia entre el desayuno, la comida y la cena. Tiene su gracia lo de desayunarse un pho bo a 40 grados, un curry picante o unos dumplings, pero la emoción va bajando cuando eso mismo te espera una y otra vez para comer, para cenar, para desayunar… y así, hasta el infinito.

– Porque el café sabe a café. La desesperada búsqueda de bolsitas de café, nos recordó lo mucho que echamos de menos encontrar café en algunos lugares del mundo. También es cierto que en varias ocasiones nos hemos llevado gratas sorpresas con el café de algunos lugares (como es el caso de Indonesia o Vietnam). Pero aún siendo bueno, suele ser más aguado que un expresso.

– Porque podemos vestirnos como queramos sin tener que pensarlo mucho. ¿Tirantes, falda, pantalón largo, corto, pañuelo en la cabeza o bikini? Nos gusta respetar los códigos de vestimenta de cada país, pero hay que ver qué relajante es lo de salir a la calle con lo primero que pillas y que a nadie le importe un pimiento tu atuendo. No ser los raros también tiene sus ventajas.

– Porque las manifestaciones de cariño en público no están mal vistas. Pasamos 24 horas al día juntos y aún así, en algunos destinos nos echamos de menos. No poder darnos la mano o un beso en público a veces se nos hace un poco cuesta arriba. Somo cansinos, sí, pero eso de no poder darse amor en la “ciudad del amor”, sería un contrasentido total.

– Porque los quesos son sagrados. No hay más que ver el porcentaje de espacio que le dedican en los supermercados y los precios populares de tan buenos quesos. Se trata de toda una institución en Francia que además también tiene una importante presencia en los postres (todo un detalle para los que no somos tan amantes del dulce).

– Porque saber cómo funciona todo, es una ventaja. Exponerse a códigos visuales conocidos, que las cosas tengan precio fijo (por muy divertido que sea el regateo) entender el orden de las calles y chapurrear unas palabritas en francés, permite reducir los niveles de agotamiento ante la novedad diaria y deja energía para poder fijarte en otras cosas.

-Porque hace 17 años París, lo cambió todo y si quieres saber a lo que nos referimos lee aquí. 

Pensándolo bien, de vez en cuando no está mal lo de viajar por el reino de “muy muy cercano”. En París nadie nos ha invitado a un chai, cierto, pero no tenemos ni que comprar una tarjeta SIM para tener datos en el móvil. Paris, je t’aime a pesar de todo.

 

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11 Comentarios

  1. La ciudad es muy bonita la verdad. Esperamos que algún día puedas cumplir tu sueño y disfrutar de ella.

    me gustaria ir con mi familia

  2. Me gusta mucho París, nada mas he visto en fotos sus hermosos lugares, pero me gustaría visitarlo un día.

    • La ciudad es muy bonita la verdad. Esperamos que algún día puedas cumplir tu sueño y disfrutar de ella.

  3. Hola Lucy, acabo de terminar de leer tu articulo.

    Con tu articulo me diste una nueva perpestiva de este lugar, te saliste de lo “común” que siempre se escribe cuando hablan de Paris.

    La idea de viajar es sentirse en este nuevo lugar como en casa, y precisamente leyendote ahora veo que París es una de esas ciudades.

    El café, el croassant y los museos son la combinación perfecta para unos días maravillosos en cualquier lugar.

    Muchas gracias.

    • Hola Laura. Me alegro que te haya gustado el artículo. La verdad es que no era nuestra primera vez en París. Esto seguramente ha influido mucho en que nos hayamos tomado el destino con más calma (tener tiempo ha sido definitivo para sentirnos como en casa) y que hayamos podido fijarnos en otras cosas. A veces no es tanto el lugar en sí como el momento vital y tu enfoque 😉 ¡Muchas gracias a ti por tu comentario!

  4. París no es mi ciudad favorita, pero desde luego es una de las grandes. Hay que visitarla sí o sí. Y perderse por el barrio latino o la bastilla, pasear por los campos Eliseos, visitar algunos de los mejores museos del mundo, y un larguísimo etcétera.

    Saludos familia !

    • Tiene su puntillo. A veces es tan perfecta que hasta cansa, otras se echa de menos un poco más de “pasión” en algunas cosas, pero sí; merece una visita aunque solo sea para poder opinar con conocimiento de causa. ¡Más abrazos!

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