Deben de ser más de las doce de un martes cualquiera. El sol cae vertical y con furia sobre las barcas que descansan en la arena de la Back Bay de Trincomalee. Andas pensativo. Con tu cámara colgada al hombro. Como no queriendo molestar. Observas todas esas casas construidas en primera línea de tsunami y que, el 26 de diciembre de 2004, se vieron fuertemente superadas por las aguas que trajo el movimiento sísmico con epicentro al oeste de Sumatra y 9.3 en la escala de Richter. Aunque no es tu intención, no te es muy difícil imaginar que podrías haber estado en aquel momento o que podría haber ocurrido hoy contigo paseando a tres metros de la orilla. Miras al horizonte con cierta desconfianza. Sigues paseando. Vuelves a mirar hacia el mar.

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– Buenos días.
– Hola…
– Ven aquí… ven.

Un señor que está sentado en una pequeña silla te saluda y te pide que vayas. Tú, entre hipnotizado y preso de tu buena educación, vas. Esta vez no hay nadie que te proteja. Vas a tener que salir tú solito de esta. Te pregunta de dónde eres y qué edad tienes. Como amablemente te echa entre 28 y 32 años, tú le devuelves ampliamente el detalle sugiriendo que tiene unos 58 (aunque por su aspecto, debe rondar los 76). Como esto de calcular edades se os da fatal, seguís haciéndoos las típicas preguntas de rigor:

– ¿Es tu primera vez en Sri Lanka?
– No, no… es la tercera vez que vengo.
– Eso es que te gusta mucho, ¿eh?
– Sí, me encanta. La gente, los paisajes, la comida…

Pero qué mentiroso eres, piensas. La comida aquí pica demasiado para tu gusto, pero… ¿qué te cuesta ser un poco agradable con este buen señor?

– ¿Usted vive aquí?
– Mi hija… yo vivo tres casas más allá.
– Eso es tener a la familia bien cerca…
– ¿Y qué haces por aquí?… ¿Estás solo?
– Estoy con unos amigos pero ellos se han quedado en la playa de Nilaveli. Yo he preferido venirme a dar un paseo.
– Ah…

Después de tres largos e inquietantes segundos…

– Bueno… pues voy a seguir paseando un poco más.
– Muy bien. Adiós.
– Adiós.

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Sigues tu camino entre las estrechas calles que te alejan de la playa y dan a hogares abiertos de par en par mientras piensas seriamente que deberías volver. Tanto hablar de lo enriquecedor que es eso de viajar por el mundo para hablar y mezclarte con la gente local y resulta que la conversación que le has regalado a ese buen señor ha sido de lo más penosa. Vuelves sobre tus pasos y claro, el señor ya no está. Ha desaparecido… y con él, probablemente la oportunidad de llevarte un buen recuerdo de este día. De esta playa. De este país.

Unos metros más allá, un grupo de obreros que están comiendo arroz a manos llenas a la sombra de un muro y que no han perdido detalle del reciente acercamiento intercultural, te señalan el camino por donde se ha ido el señor. Después de asomarte a varias casas, te encuentras con el hombre que, sorprendido por tu vuelta, te saluda de nuevo. Como no sabes muy bien para qué has venido, le dices que querías hacerle una foto de recuerdo. Él, llama a su mujer y después del click, te invita a pasar a su casa.

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A partir de ahí, comienza una conversación mucho más fluida e interesante. Os intercambiáis los nombres (el suyo es Mayavar) y te invita a té. Te pregunta a qué te dedicas y, como decir viajero va a quedar raro, dices que eres fotógrafo y de paso, escritor. Total, puestos a ponerse títulos…

El bueno de Mayavar te pregunta si te gusta el fútbol. Al decirle que sí, se le ilumina la cara. Cómo no, conoce a Messi, a Iniesta, a Ronaldo, el Barcelona, etc. Resulta que en sus años de juventud jugaba al fútbol en los Flying Fish. Era extremo izquierdo y, según asegura muy serio y orgulloso… de los buenos.

mayavar_algo_que_recordar_07Se interesa por tu país y para tu sorpresa, es capaz de situarlo bastante bien en un mapa imaginario nombrando la mayoría de los países que están alrededor. Te habla de su familia, de su trabajo como pescador y de su país. A la eterna pregunta de si tienes hijos, le dices que estás esperando el primero y le enseñas una foto en tu móvil de esa enorme barriga donde crece a fuego lento.

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Sin sacar tú el tema, te habla del día del tsunami. Imposible que no salga dicha conversación estando tan cerca del principio del fin. Te cuenta que se tuvo que ir a toda prisa y casi sin mirar atrás. Estuvo tres días semi perdido mientras lo perdía todo. Una vez más, se le llenan de agua los ojos al recordar los seres queridos que se fueron aquel día. Justo cuando más triste se pone la cosa, entra Ruwan en la casa.

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Se trata de un amigo de Mayavar de toda la vida y que tiene su estudio de reparación de joyas de oro en ese mismo salón. Se conocen hace 33 años e intuyes que la cosa va para largo.

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Mayavar apela “a tu profesión” y te pide que le hagas más fotos y que se las mandes bien grandes. Sobre todo, una de un retrato de cuando era joven y la de su equipo de fútbol. Según le pides su mail y mientras reparas en cómo es su casa por dentro, te das cuenta de lo ridículo de tu petición. Casi sin entender muy bien de qué hablas, te escribe su dirección postal en un papel y te mira a los ojos al tiempo que te pregunta muy serio si de verdad le mandarás las fotos y cuándo.

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Pasa el rato, se vacía el té y la conversación. Después de 30 minutos o más, sueltas un secreto a voces: ya va siendo momento de irte. No quieres convertirte en una de esas visitas que ya empiezan a ser pesadas pero es que… realmente te has sentido tan bien, que te quedarías un rato más.

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Le das la mano a todos y te vas por donde has venido agradeciéndote a ti mismo haber vuelto sobre tus pasos para llevarte de recuerdo una charla que va un poco más allá de las típicas preguntas de siempre. Agradeciéndote no haberte escondido tras la excusa del “yo solo observo y hago fotos”. Agradeciéndote “el esfuerzo” que te supone eso de socializar… Aunque has de reconocer (todo sea dicho), que el mérito ha sido entero de Mayavar.

“Gracias Mayavar… Por abrirme las puertas de tu casa y dejarme meter un poco en tu vida. En breve te mando las fotos”.

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Y como lo prometido es deuda…  cilindro que sale rumbo a Sri Lanka con las fotos solicitadas y muchas ganas de que nada falle para que lleguen a su destino.

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10 Comentarios

  1. Te felicito, Rubén, por vencer esa inercia que nos hace perdernos muchos ratos buenos como este que nos cuentas. A mi me pasa mucho y luego me arrepiento siempre. Es cierto que el idioma es una barrera importante, pero, un holandés sabio me dijo una vez ” basta con sonreir y fingir que nos entendemos”.
    Por cierto, en la foto del equipo de futbol, ¿quien es Mayavar? . ja ja ja

    • Es algo que voy trabajando. Adivina de quién es la culpa? Por cierto, Mayavar es el tercero por la derecha.

  2. Buena crónica. He de reconocer que ese “pequeño esfuerzo”, a veces, se convierte en un mundo y son muchas las veces que no vuelves sobre tus pasos para luego arrepentirte de ello.

    • Pasa mucho sí. Te vas pensando “deberías volver” y no te haces caso para, poco después, arrepentirte. Hay que arriesgar un poco más y romper la barrera de la vergüenza y del “para qué me va a servir esto?”

  3. ¡Me encanta este relato-post! Además de su contenido, me gusta mucho la manera de contarlo! Y las fotos, of course! Enhorabuena!!! 😀

    • Gracias! Pero si te digo la verdad, según lo acabé de escribir pensé “esto no debería ser la excepción, sino la norma”. Nota mental: me tengo que relacionar más, que luego resulta que me gusta y eso.

  4. Me encanta, bravo por volver sobre tus pasos, Rubén!! A mi también me cuesta, sobre todo eso de encontrar algo más de lo que hablar una vez pasas de las típicas preguntas y con la barrera del idioma, pero hay que practicar e intentarlo, porque sino, nos negamos lo que probablemente sea lo mejor de todos los viajes. Si sólo observamos, no les cogemos cariño y entonces, no terminamos de “verles” realmente ¿no? 🙂
    Un abrazo y a seguir así!
    Ali

    • La cámara tiene la culpa!… Ejém… Sí, la verdad es que esa conversación circular que no lleva a ningún lado no apetece mucho pero, cada vez que se cruza la linea… Qué bien sienta!

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