Del 23 al 27 de septiembre // Temperatura: 34º // Sol… Más del esperado y soportado.
Después de casi un mes por las calles sin asfaltar de Myanmar, de comer arroz con curry o curry con arroz, del agua… del barro… del amarillo, del marrón y del verde. Después de no tener un pequeño capricho que llevarte a la boca en forma de chocolate o similar porque, sencillamente no hay. Después de subirte en mil y un medios de transporte a cada cual más lento y comprobar varias veces que 100 kilómetros no se recorren en una hora (puede que sí en tres, puede que en cinco)… Después de “hacerte” a que lo que ves es lo que hay… llegas a Kuala Lumpur.
De primeras, piensas que serías capaz de comer en el suelo del aeropuerto. Que si te echas a dormir en el andén del metro serás tú el que manches algo con tus pantalones que huelen a rancio. Que no vas vestido para la ocasión. Que ahora… vuelves a ser tú el pobre. Si en Myanmar ya te habías hecho al thanaka, las sonrisas gratis y las casas de madera o plástico, aquí tienes que acostumbrarte a que haya papeleras en cualquier esquina, aceras totalmente lisas de más de diez metros, metro elevado… Te sientes como Paco Martinez Soria suelto en Nueva York. Mientras miras en todas direcciones, mil frases bañadas de asombro ante tanto estímulo (a cada cual más inteligente) salen de tu boca sin censura ni corrección de estilo:
– Mira… ¡un 7eleven!
– ¡¡¡Hala, puertas automáticas!!!
– ¿Has visto? En ese baño público había papel y jabón.
– Aquello es… ¡¡¡un ascensor!!!
Sí, estás asilvestrado. Te habías acostumbrado a no tener donde elegir. A conformarte con lo que había… o mejor dicho: sólo con lo que necesitabas. Y ahora… ahora tienes de todo a tu alcance y lo quieres. Tiene que ser tuyo. Y no te sientes mal por ello. No, no vas de moderno diciendo que con lo que había antes te llegaba. No eres el abanderado de la escasez. Ni un modelo a seguir de adaptación, mimetismo y metamorfosis.
No has cambiado de la noche a la mañana. Hacía casi un mes que te apetecía comerte un Magnum Cappuccino. Poder elegir ahora entre un restaurante indio, chino, italiano o musulmán es una bendición. Teletransportarte en metro con las paradas en inglés y un precio fijo para todo y para todos es, sencillamente… ciencia ficción para ti.
Necesitabas un poco de civilización y “poder elegir”. Es así. Eres un producto. Consumista y gastón. Te gusta la oferta… y “poder demandar”. ¿Queda mal decirlo? No… Es peor no reconocerlo. Pero es ahora cuando piensas en la gente que no puede ni tendrá la opción de elegir. De poder comprarse un McChicken (si es que “eso” es lo que quieren), un móvil “apañao” o… viajar. Te acuerdas de la gente que tan sólo hace unos días, viajaba amontonada contigo (o tú con ellos y sus pollos) dentro de una pick-up. Cabalgando entre baches y viviendo la anarquía de la improvisación y del todo vale sin molestar a los demás. Gente… que nunca podrá ver esto ni aunque ahorren toda su vida.
Dándole vueltas a esto y aquello… Paseando entre mezquitas islámicas y templos chinos. Semiconsciente del potaje que se te está montando en la cabeza… te entra un hambre atroz. A ver, a ver… hay rotis, nasis, dim-sun, pollo tandori, hamburguesas… noodles… cordero… pizzas…
No te queda otra que “volverte a aclimatar”. Acostumbrarte de nuevo a que todo esté a tu alcance… Pero… un momento… ¿lo está? ¡Si no lo puedes pagar! Todo está a “tu desalcance”…. ¡¡¡¿Una cerveza casi 4€?!!! Es ahí cuando aparece una nueva re(in)flexión socio-cultural en tu cabeza: si no tienes dinero y no hay qué comprar… ¿eres más infeliz que si hay qué comprar pero no tienes dinero para hacerlo? Estás a punto de revelarte contra lo enrevesado e injustamente que está montado el mundo pero, después de ver las Batu Caves, el Museo Nacional (ya echabas de menos ver uno), la Mezquita Nacional, los edificios heredados como colonia británica, Little India, las casas-taller, Chinatown y la torre KL, llegas a las Petronas…
Y se te hace de noche dando las gracias (una vez más) por haber nacido donde has nacido y por tener la oportunidad de estar vi(vi)endo todo esto. Lo sabes. Sabes que estás ante una nueva mutación de la cepa “pan y circo” (sin sangre que te salpique ni te implique).
Pero seguirás adelante. Seguirás viajando del blanco al negro pasando por cualquier lluvia de colores que te caiga encima… y de grises, que las hay. De recolocarte, posicionarte, alinearte… sacando tus propias conclusiones con cierta y creciente perspectiva (o eso quieres creer). De aprender de todos constantemente, sabiendo ahora sí, que eres un espectador sin lujos, pero con todo lujo de detalles… La mochila, es lo que tiene.
Hola Kuala Lumpur. Hola Malasia. Encantados de empezar a conocerte.
2 Comentarios
Menudo cambio, yo estaría como perdida,es como otro mundo..
Besos a los dos.
Una ciudad fascinante!
No es pensar que tienes o que no tienes, lo que puedeso no comprar! Nooo, es saber, sentir que hay variedad, y no en todo el mundo lo tienen como en Myanmar o en algún pueblo de la España interior y que en KL si que tienes, y ya veréis Singapur, ahí loque quieras