Superado el “pequeño incidente” vivido en la jungla de Taman Negara, llegas al puerto de Melaka (después de un bote y tres buses)… a descansar. Las emociones han sido tan intensas… que sólo necesitas mínimos paseos, buena comida y un poco de “vuelta a la realidad”. Entras a desayunar en una agradable cafetería con bien de free wi-fi y entre café y tostadas “te pones al día”. No, no es un desayuno malayo, pero necesitabas algo conocido. Miras el correo, escribes algo y retocas alguna foto hasta que la hora de comer llega sin avisar. Por no moverte… decides hacerlo allí también y porqué no, quedarte a vivir hasta media tarde. A eso de las 18:34 te supera la presión. Los camareros te empiezan a mirar raro. Ellos y la sensación de que parezca que no tengas casa ni cosas más interesantes que hacer consiguen que te acabes yendo de allí… aunque un tanto triste. Como si abandonaras a un ser querido. Habéis vivido tantos buenos y tranquilos momentos ese lugar y tú…

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Das un mínimo paseo por dos o tres calles y para superar el duelo, te metes en un centro comercial. Haces alguna compra que otra, entras en una peluquería y hasta te planteas ir al cine pero, como las películas son o americanas de acción o de amor malayo, lo dejas para mejor ocasión. En un instante de “enajenación alimenticia transitoria”, hasta se te pasa por la cabeza traicionar tus principios y cenar en un Hard Rock Café pero, te lo impide tu dignidad y sobre todo… el precio del menú. Te das media vuelta y vuelves a tus queridos puestos callejeros. Allí, en tu habitat natural, te mueves como “empanada en aceite”.

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Ya pasó todo. Has tenido tu dosis de primer mundo y se te ha ido calmando “el schock postselvático”. Has holgazaneado, metido cierta normalidad en tu cabeza y te has relajado. Ahora y sin más excusas, toca ponerte tu “disfraz de mochilero” y actuar como tal. Vas a tener que ver qué secretos tiene Melaka reservados para ti (que para eso has venido) y dejarte de sanguijuelas y ramas. Ya pasó… ea, ea, ea…

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Al día siguiente, devoras una ciudad que en tiempos pasó de manos portuguesas a holandesas y luego a británicas. Como en casi todas las ciudades de Malasia, te encuentras con un barrio indio y uno chino, pero en esta ciudad, hay algo especial. El entorno, es más agradable de lo normal y eso es debido a que junto con Georgetown, Melaka es la ciudad en la que perdura el patrimonio histórico a nivel urbanístico más destacable de todo el país y eso, se nota. Pasas por la Clock Tower, la iglesia de St. Paul, subes la colina de San Pablo hasta el fuerte A´Famosa… paseas.

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Entre paseo y paseo, te das una vuelta por la tienda de de Yee, el anfitrión con el que en Melaka estás haciendo couchsurfing (en Malasia le estás dando bien al tema). Mientras te sirve una taza, te cuenta que se utilizan los cinco sentidos a la hora de preparar y beber . Que hay todo un ritual para ello. Te habla de la tradición… de su elaboración… Aunque a ti no te gusta el , te bebes cuantas tazas te pone. Gran error, ya que… según te acabas una, te la rellena. Estás por pedirle leche y algo de azúcar para podértelo beber pero al final, te puede el decoro y el saber estar y te pones de  amargo hasta las orejas. No puedes con más … “lo ves por todas partes”…

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En contraprestación y justa venganza, le preparas a él y a su mujer la cena (¡¡¡a las 18:00!!!). Unas rebanadas de pan con tomate y aceite y una increíble tortilla española que ambos se comen con palillos y a la que le echan salsa picante… ¡Toma ya! No te sienta mal, ya que al día siguiente, cuando vuelves a pasar por allí… ves que han intentado prepararse una tortilla por su cuenta “para desayunar en español”. ¡Qué gran satisfacción! Mientras observas la tortilla que han hecho, piensas en que has dejado huella. Te fijas en esa pequeña obra de arte no del todo redonda que simboliza el intercambio cultural y la transmisión de conocimientos. Te acercas orgulloso despacio a observar tu legado y… ves que le han puesto guindillas.

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El último día te limitas a pasear, hacer fotos y a comer. A ir de aquí para allá. A entrar en las antiguas casas de más de cien metros de largo que hoy son reformadas tiendas en las que se vende de todo, a observar los peculiares “tuc-tuc” que viven en permanente carnaval…

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… A esquivar gente en el night market de Chinatown, a observar a los que aquí viven a cámara lenta, a “permanecer” atónito frente a una serie de actuaciones musicales tipo “rey de la pista de karaoke” que se han montado los indios en plena calle y a buscar con desesperación un último roti bom* que llevarte a la boca (por lo que pudiera no pasar) ya que, después de casi cinco semanas, toca abandonar Malasia a su suerte para continuar tu camino hacia… Singapur.

*roti bom: no lo encuentras por ningún lado y ya se sabe que estas cosas, o se solucionan a tiempo o se te enquistan y se te hacen bola. A Singapur sin roti bom que te vas…

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