Todos tenemos que evolucionar en la vida (o al menos intentarlo). Si te dedicas a recurrir siempre a los mismos estímulos, estos dejan de perder poco a poco su poder estimulante. Así de sencillo. No es una cuestión de cambiar de coche o de móvil. Se trata más de cómo hacer según qué cosas, costumbres o estilos de vida. En nuestro caso, el hecho de que ahora seamos tres viajando, implica hacer cambios queramos o no. Viajamos más despacio, sí. Tomamos más precauciones, también. Incluso (por qué no reconocerlo), buscamos más comodidades. No es ningún secreto que hasta el día de hoy y en cuanto al alojamiento se refiere, habíamos sido relativamente austeros tirando mucho de couchsurfing o de hostels/guesthouses.

A través de couchsurfing, conseguíamos una relación muy intensa con gente local que nos permitía conocer más profundamente el país y nos iba regalando amigos por todo el mundo que conservamos a día de hoy. Con los hostels o guesthouses, podíamos tener un espacio solo para nosotros en el que relajarnos un poco más sin sentirnos dulcemente obligados a contar nuestra historia una vez más. Combinando ambos sistemas, teníamos un equilibrio que funcionaba a la perfección.

Con la llegada de Koke y los kilómetros, nos hemos ido dando cuenta de que esa fórmula, ya no nos funciona como necesitamos. Además de que el couchsurfing siempre se ha caracterizado por tener un punto desenfadado y excesivamente festivo (por no decir poco familiar en la mayoría de los casos), cada vez se parece más a una red de contactos. Por otra parte, su carácter “gratuito de palabra” hace que tenga un punto de informalidad que, a día de hoy, no nos interesa tanto. Si antes te plantabas en Kuala Lumpur a las nueve de la noche y por lo que fuera, tu anfitrión no aparecía… no era tan grave. Ahora sí. Olvidándonos totalmente de los dorms y apreciando las muchas bondades de los hostels y guesthouses, podríamos decir que este tipo de alojamiento se nos ha quedado un poco pequeño. Antes valía solo con una cama limpia y un baño compartido. Ahora no. Por un lado (y teniendo en cuenta las finas paredes de estos sitios), no quieres que los llantos del niño a las tres de la mañana molesten al resto de huéspedes. Por otro (y aunque muchos hostels sí tienen), echas de menos una cocina, una lavadora o espacio suficiente para soltar al niño y que explore. De alguna manera quieres tener “tu casa” para ti, aunque estés al otro lado del mundo.

Dándonos cuenta de que teníamos que cambiar de táctica, hemos pasado fugazmente por el airb&b (que por caro y artificial no nos ha acabado de gustar), para conocer, probar y adoptar como nueva forma de alojamiento en viaje el intercambio gratuito de casas con Home Exchange. Y es en este punto, concretamente en París… cuando llegamos a la casa de Benjamín.

Durante los días previos a nuestra llegada, Benjamín nos contacta varias veces por mail e incluso nos llama por teléfono. En un más que aceptable español, quiere preparar nuestra llegada a su casa de la mejor manera posible explicándonos todo lo que podamos necesitar y un poco más. La curiosidad nos puede. ¿Quién será este Benjamín? Cuando por fin llegamos, nos recibe detrás de sus gafas redondas, amplio bigote y desordenada melena blanca. Debe tener unos sesenta y pico años y, por su mirada y sonrisa, lleva una vida tranquila y apacible. Nos da un pequeño tour guiado por la casa, las llaves y se va (no sin antes decirnos que a pesar de que en dos semanas vuela a Tailandia, está disponible a la hora que sea para lo que necesitemos).

Y es en ese momento (cuando nos quedamos a solas en casa de Benjamín), en el que empezamos a saber cosas de él. De alguna manera, “la casa empieza a hablarnos” contándonos cosas de la vida de nuestro casero temporal. Nos quitamos los zapatos, nos preparamos un café y dando un nuevo paseo sobre el parqué del enorme salón con cocina americana, nos fijamos en todas y cada una de “las cosas que viven allí” (no en si efectivamente vamos a tener lavadora, nevera o microondas).

La luz, que entra con fuerza por los seis enormes ventanales de la casa, parece iluminar con intención aquellos lugares que esconden algún secreto. Mientras empezamos a mezclar nuestras cosas con las de Benjamín, reparamos en varias repujadas cajas, cajitas y cajones que no abrimos (aunque nos gustaría), aun a sabiendas de “los muchos tesoros” que puede haber dentro. Multitud de objetos “recuerdos de” que presiden las estanterías, hablan de un Benjamín viajero que parece haber estado en Egipto, Japón, Cuba e India.

Un caballete y varios cuadros, te dicen mucho de su gusto por el arte. Libros de todo tipo (mayoritariamente de psicología y fotografía), te hablan de un Benjamín inquieto. Flores, alfombras, cojines… te cuentan que se trata de un hombre al que le gusta pasar tiempo en casa. La radio, que enciendes sin tocar nada para seguir escuchando (“en el mismo punto de música clásica que estaba”) la emisora preferida de Benjamín.

Fuertemente inspirado por el momento, recoges del suelo al pequeño de la familia (que ya empezaba a dar sus primeros reptantes paseos de reconocimiento por sus nuevos dominios) y lo sientas contigo al blanco piano que preside el salón. Hipnótico piano del que es imposible no levantar la tapa para intentar “malrecordar” un par de notas de aquella única canción que te sabías y ya no. Clin… tan… tlang… tan…

Marrones, azules, verdes… Colores que junto al silencio, dominan el espacio y nos abrazan en nuestra nueva casa de París. Esa ciudad que nos recibe con todos los honores y comodidades de la intimidad. Esa ciudad a la que venimos con más tranquilidad que ansia. Esa ciudad que nos espera sin prisa para ser reconocida y revisitada años después.

Sentirnos como en casa tan rápido cuando estamos fuera, cada vez nos cuesta menos. Puede ser porque ahora somos tres; porque busquemos un poco más de comodidad e intimidad; porque viajemos más lento y acabemos cogiéndole cariño a los espacios o porque sencillamente, vamos evolucionando y creciendo dentro de esta forma de vida que tan enganchados nos tiene.


Este post forma parte de nuestro primer viaje en familia de 9 meses llamado chincheta trip. Si quieres leer otros artículos de la serie haz clic aquí.


Y dicho todo esto, si tienes alguna pregunta más sobre en qué consiste el intercambio de casas puedes dejarla en los comentarios. Por nuestra parte te dejamos algunas de las experiencias con fotos de las casas que hemos vivido en primera persona y los rituales que seguimos para sentirnos en nuestro hogar cada vez que llegamos a una casa nueva:

Nuestra experiencia en Bogotá.

Nuestra experiencia en Ciudad de el Cabo.

Nuestra experiencia en Buenos Aires.

Mi hogar es donde mi familia está.


Código ético: este post forma parte de un acuerdo de promoción con el servicio de la red de Home Exchange. Nuestras opiniones y lo que te contamos al respecto son libres y están basadas en nuestra experiencia real.

4 Comentarios

  1. Me parece un sistema muy interesante, lo que no tengo claro es, para ir a casa de alguien, debes ofrecer tu casa a cambio en las mismas fechas o en otras? O no es requisito indispensable?

    Es genial que aparezcan tantas alternativas, nosotros de momento nos movemos con lo clásico, pero por viajar con poco tiempo :(. Cuando podamos ampliar duración de viaje y podamos movernos más tranquilos, se nos van a acumular las opciones a probar jaja.

    • Hola Sara, lo ideal es encontrar un intercambio directo con la misma persona, pero no tiene por qué ser así. Puedes organizarlo de otra manera aprovechando que un tercero no esté en su casa en las mismas fechas de tu intercambio. Y bueno, llegado el caso y si no coinciden las fechas, también hay un sistema de puntos con el que poder irte tú sin que nadie venga a tu casa.

      Y sí, está muy bien tener más posibilidades para poder elegir según el viaje que convenga en cada momento. Igualmente, este sistema funciona bien con poco tiempo (una semana o dos). Incluso, te diría que más facilmente que si te vas un mes.

      Ya nos contarás qué tal te va si lo pruebas.

      🙂

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