Del 16 al 30 de enero de 2014 // Temperatura: entre 17º y 32º // Sol, estrellas, niebla, nubes…

Llegas al aeropuerto de Sydney a eso de las 19:50. A esas horas, en esta parte del mundo todo está cerrado hace rato y la compañía en la que has alquilado una campervan “para recorrer” Australia, no iba a ser menos. Toca pasar noche en el suelo de un pasillo del aeropuerto. Te pones tu “ropa de estar por aeropuerto”, le das las buenas noches a todos y te metes dentro de tu saco-sábana intentando imaginar lo que puede ser un nuevo road trip después de lo mucho que te gustó el que hiciste en Nueva ZzzzzzZZZZzzzzzz…

Campervan: dícese del vehículo en forma de furgoneta o furgón que ha sido maqueado a conciencia por dentro y a veces por fuera para albergar vida y sueño con todas las comodidades posibles. A saber: dormitorio, cocina, salón, etc.

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Cuando más y mejor estabas soñando, un vigilante levanta la reja que cortaba el pasillo hacia las oficinas y que tienes a un metro de tus orejas. Te levantas de un salto por el susto, empiezas a recoger, te estiras un poco y miras el reloj… ¡las 3:00! Peeeeeeeerfecto. Muy buena hora para colocar el saco sábana en el suelo, las mochilas en modo anti-manos-largas e intentar dormir algo. Vuelta a empezar. Después de sobredormir a la máquina de encerar el suelo, al paso del equipo de mantenimiento y a varios operarios que te miran “de arriba a abajo” entre lástima e incredulidad a partes iguales, te levantas y vas a por tu campervan. Llegas a la oficina de alquiler y te presentan al tercer compañero de viaje para los próximos 12 días. En la esquina izquierda… con chapa blanca, graffiti en el lateral, más de 300.000 km en sus ruedas sin una sola avería y un peso aproximado de 1300 kilos… ¡¡¡Dirrrrrtyyyyyyyyyyyy Saaaaaaaaaancheeeeeeeeez!!!

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Evidentemente la casualidad se convierte en jocosidad a partir del momento en el que Lucía “Sánchez”… se encuentra con un “pariente lejano”. Abres la puerta, giras la llave de contacto, arrancas y metes primera… Vaaaaaaamos allá con la calva al viento. Por delante, 3580 km para recorrer la distancia que separa (ida y vuelta) Sydney de Los doce Apóstoles. Casi nada. Con suerte… un mísero 3% de este país-isla-continente. Pero bueno… no te llega para más así que… ya te vas haciendo a la idea antes de empezar, de que aquí… también vas a tener que volver. Coges la Grand Pacific Drive y pasas por el Sea Cliff Bridge.

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Por alguna extraña razón, no estabas al tanto de las playas que hay por aquí y así, para empezar, te das un buen chute de arena y sal en: Hyams Beach (la playa con la arena más blanca del mundo), Batemans Bay, Pebbly Beach (la playa de los canguros) y Coila Beach.

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Entre deshabitada playa y abandonada playa… vas pasando las noches en cualquiera de las áreas de descanso y campings gratuitos que riegan el país. Con sus mesas, sus barbacoas eléctricas, sus baños con papel… coincides con auténticos profesionales del camping. Enormes motorhomes a los que no le falta de nada. Llevan bicis, kayaks, nevera eléctrica, placas solares, microondas… Esto es una forma de vida por aquí. No te importa que la tengan más grande… A ti te gusta tu “sucia Sánchez”. Te basta con poder conectar tu mp3 a la radio y que “suba Sixto Rodriguez” a la campervan para cantarte al oído. Te encanta sacar tu humilde camping gas para tener comida y café caliente cuando quieras y agradeces eso de poder dormir totalmente estirado… ¡Esto es vida!

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Carretera y más carretera. Curvas. Subidas… bajadas… pueblos que pasan. Buzones que adelantas. Pasas por Berry, Central Tilba, el lago Wallaga…

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Llegas a Bermagui, Mimosa Rocks, Tathra y paras en Bemboka. Allí te encuentras con un matrimonio (holandesa ella y australiano él) sus tres hijas (una de 3, otra de 5 y otra de 8) y uuuuuuuuuuuuun perro. Están viajando durante dos años por toda Australia en su casa plegable. Nueva lección de vida y van unas cuantas. Las niñas son inquietas… imaginativas… despreocupadas… hablan con todo el mundo. Ríen, corren, no tienen vergüenza a equivocarse o hacer nada mal porque aquí… todo vale. Tienen ese brillo en los ojos que ya has visto otras veces… en los niños de las familias que viajan así. La mirada de ver cada día algo nuevo. De que todo es posible. De que están dentro de un juego constante. Un juego que te marca para toda la vida.

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Te dejas llevar por Eden, Gipsy Point, Mallacoota, Surf Beach, Lake Entrance, Sale, Statford… y llegas a Melbourne. La ciudad “más vivible” del mundo y que sencillamente, te encanta (aquí, también podrías vivir). Vas a conocer a Marcos. Un colombiano que te escribió porque vió “El síndrome del eterno viajero” y aprovechando que estás por aquí, te quiere conocer. Al final, resulta que el gusto es tuyo porque Marcos esconde bajo su piel y detrás de sus anécdotas, un viajero de los de verdad. Un viajero tercer Dan. Por la Great Ocean Road llegas a Los Doce Apostoles… que aunque ahora sólo quedan siete, te siguen pareciendo impresionantes. Empieza la vuelta hacia Sydney. Allí has quedado con Gareth… aquel chico neozelandés que fue “tu primera vez” en esto del Couchsurfing y al que ahora, le quieres devolver la visita. De camino, toca pasar el día de Australia en Canberra y darle un poco a los museos que la capital esconde.

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De Australia te llevas, tal y como imaginabas antes de arrancar motores, la promesa de volver… Los amplios paisajes, las deshabitadas e increíbles playas, los bosques, las casas de película, las ciudades perfectamente pensadas, los pueblos de otra época, la sensación de que en cualquier momento te puedes cruzar con un animal exótico, la fruta buena y barata, el vino…

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También te llevas la sensación de que no has visto absolutamente nada, de que como en Nueva Zelanda te has dejado un dineral y de que aún así… ha valido la pena. Esto de los road trips, definitivamente te ha gustado. Vas a tener que repetirlo… ¿quizá en EE.UU.?

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8 Comentarios

  1. Ostras!!! no era consciente que estuvimos en Australia casi a la vez, aunque sabía que viajamos largo al mismo tiempo. Nosotros aterrizabamos en Perth el 20 de febrero del 2014 😉

  2. Hola viajeros… he disfrutado mucho leyendo vuestras aventuras durante todos estos meses. Y en concreto este, quizás porque lo tengo fresco, me trae muchos recuerdos yendo con la casa a cuestas es un turismo que nunca había probado y que descubres mucho el país como la familia ausie/holand que os habeis encontrado o los innumerables y espectaculares caravan parking durante todo el recorrido. Gracias por vuestras historias y a seguir disfrutando.
    un fuerte abrazo
    pedro

    • Muchas gracias Drito! Tú llevas un viajero dentro que sacas a pasear a menudo… pero encantados de que vengas con nosotros desde hace tanto. Un abrazo!

  3. El mejor regalo que se le puede hacer a un niño es sin duda, el mundo.
    Cada vez que nos encontramos, y son muchas, con familias en veleros, nos sorprende la educación, alegría, desparpajo y curiosidad de los niños.
    No es la imagen de familia hipy , eso ha cambiado mucho. Se trata de padres cumpliendo el sueño de dar la vuelta al mundo y realizando al mismo tiempo la educación de los chavales. Los padres se convierten en profesores y amigos.
    Son familias que se toman muy en serio el Home Schooling . Cada día siguen el programa de estudios pero cuando las clases terminan estos niños tienen el mundo como patio de recreo .

    • Cuánta razón. Nosotros no dejamos de sorprendernos de lo “más que beneficioso” que es para un niño viajar. Conocer mundo. Otros sabores… olores… costumbres… Son niños, de otro planeta.

  4. Me imagino que a todo te acostrumbras,pero creo que no podría dormir en el suelo del aeropuerto…eso lo digo ahora, pero quien sabe.

  5. “Nueva lección de vida y van unas cuantas. Las niñas son inquietas… imaginativas… despreocupadas… hablan con todo el mundo. Ríen, corren, no tienen vergüenza a equivocarse o hacer nada mal porque aquí… todo vale. Tienen ese brillo en los ojos que ya has visto otras veces… en los niños de las familias que viajan así. La mirada de ver cada día algo nuevo. De que todo es posible. De que están dentro de un juego constante. Un juego que te marca para toda la vida. -”

    Me encanta esta frase :). A veces olvidamos que la vida en sí es una escuela y nos enterramos en una serie de excusas sobre que tenemos que tener un tipo de vida que muchas veces carece de sentido y está vacío.

    Hace poco que os descubrí pero os sigo en cada entrada que hacéis. Un abrazo y seguid contándonos vuestras aventuras, a ver si podemos contagiarnos de ellas 😉

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