Esto sí que es aventura

Pues al final, el pequeño se despierta antes, vosotros durante y él se vuelve a dormir poco después hasta lo que viene siendo… bastante más tarde. Casi para la hora de comer, el plan es: ir a la Estatua de la Libertad para después cruzar el Puente de Brooklyn intentando, si los dioses os son favorables, llegar de una hasta el Dumbo y poder ver así el Puente de Brooklyn al anochecer (cruzas los dedos porque no lo tenéis muy claro). Al bajar, saludáis al portero que es muy majo y que adora al pequeño. Al contarle vuestro plan, os dice que no hace falta ir hasta Manhattan ya que desde el Liberty State Park de New Jersey, también sale un barco para visitar Ellis Island y Liberty Island. Además, desde allí puedes ir al Battery Park de Manhattan para ir por Broadway hasta el inicio del puente para cruzarlo o, si es muy tarde, coger la línea J de metro directamente hasta Brooklyn.

Os tenéis que saltar Ellis Island ya que, los objetivos de hoy son claros. Sabéis que el tiempo máximo recorriendo museos sin entrar luego en barrena es directamente proporcional a los colores que haya menos el hambre que se tenga partido por las ganas de hacer algo nuevo. Una vez en Liberty Island, podríais asegurar sin miedo a equivocaros, que le estatua, os enamora a los tres. Vale, al pequeño no le gusta tanto como el césped o la lluvia, pero sí le llama la atención.

Una vez en Manhattan, recorréis parte de la calle Broadway y os plantáis a la entrada del Puente de Brooklyn tras saludar al Toro de Wall Street y a la niña sin miedo. Por delante, 1.825 metros de aparentemente inofensivo puente sin bares ni puntos de avituallamiento. El pequeño acaba de comer, va felizmente en el porteo por si quiere dormirse con el rico olor de su madre… está todo controlado. “¿Qué puede pasar?”.

Justo a mitad de puente (ni un metro más, ni uno menos), todo es dicha y felicidad. Gente que va y viene en bici. Gente que va y viene andando. Y de repente… un olorcillo que viene y no se va. “¿Tú crees que…?”, “Qué va, ya hizo esta mañana”, “Déjame mirar a ver… Sí, se ha cagado”. Y lo peor. Está dormido. Sin duda, la capacidad de un bebé para sacarse un nuevo, apasionante e irrepetible truco de la chistera en el momento más inesperado y emocionante… es increíble.

La sustancia en cuestión empieza a rebosar. Hay que intervenir rápido y sin miramientos. Es ahora o nunca. En ese momento, se para el mundo, os echáis a un lado y hacéis el número de la cabra con el bebé sobre las rodillas para todo el que quiera disfrutar de una performance improvisada en directo. El bebé llora porque lo has despertado, el pañal usado gira sobre sí mismo al ritmo de las inquietas y rollizas piernas, empiezas a sudar a chorros mientras intentáis contener la avalancha… Cuando todo parece estar perdido, se obra el milagro y, a cuatro manos, reconducís la situación con éxito en tiempo récord. Los daños colaterales han sido mínimos: la mitad del modelito ha sufrido marcas permanentes y se os han acabado las toallas húmedas por hoy. Dejáis la bomba de destrucción masiva en la papelera más cercana y seguís disfrutando del paseo como si tal cosa.

Una vez en el Dumbo, os quedáis embobados con el carrusel y os plantáis delante del sur de Manhattan hasta que se acerca la noche. Una vez tenéis la foto de rigor, y antes de cruzar el punto de no retorno, volvéis a paso ligero a casa para el baño, la cena y el sueñzzzZZZZzzzzZZZZzzz…

 

1- El domingo (con suerte), solo hay un plan posible, intentar ir a una misa gospel y luego a Central Park.