Y sale… ¡cruz!

Al día siguiente te plantas en el Empire State. Impresionante. A pesar de haberlo visto tantas veces en las películas, te quedas durante un rato mirándolo antes de subir. Es como si te encontraras por la calle con Julio Iglesias. No te vuelve loco, no te sabes ninguna de sus canciones, pero coño… ¡es Julio Iglesias! Esto es igual. No es el más alto, ni el más bonito… pero es el puñetero Empire State Building con todas sus bigas.

Subes hasta su observatorio de la planta 86 y te quedas un buen rato disfrutando de las vistas en todas direcciones. Probablemente, este es uno de los momentos que más ilusión te hacían del viaje. Al bajar, te diriges hacia la parte oeste de Manhattan. Una vez allí, miras el mapa en el móvil y ves que estás muy cerca del High Line. Un parque que se construyó sobre unas antiguas vías elevadas de tren ya que, retirarlas, suponía un elevado coste.

Por ese imponente pasillo verde entre edificios de 2,33 km de largo, encuentras con todo tipo de arte callejero y con el Chelsea Market, al que entras para ver cómo los chinos devoran langostas de 70$ como si fueran pipas. Alucinas con las casas que ves paseando por Greenwich Village y paras a comerte una impresionante hamburguesa en la White Horse Tavern del 567 de la calle Hudson.

Sigues paseando y te encuentras con una cancha de baloncesto a la altura de la 3 St. con la 6ª Avenida. Allí se te van dos horas viendo como “aspirantes frustrados” a jugar en la NBA algún día, se toman muy en serio el deporte de la canasta. Alrededor, todo tipo de gente mirando y disfrutando de los partidillos. Curiosamente, vuelves a tener hambre al ver cómo todo el que viene a mirar lo hace con un perrito. Un chico te dice que son del histórico Papaya Dog que está al otro lado de la calle y te aconseja que te compres uno y te lo comas en el Washington Square Park que está allí mismo. Dicho y hecho. Una vez engullidos los perritos, te dedicas a ver con detenimiento “la fauna que vive en el parque”.

Hay gente salida de un casting sentada en mesas de ajedrez con la partida lista para quien quiera jugar con ellos, músicos con mucho talento debajo de cada sombra, hare krishnas intentando contagiar sonrisas, bebés libres que retozan en la hierba, gente saltando sobre gente… Después de observar sin ser visto y teniendo en cuenta la hora que es, sigues tu camino hacia el SoHo para tomar un café y comerte un muffin en el Vesuvio Bakery del 160 de la calle Prince. Ya de paso, te pones a ver algunas tiendas caras carísimas, cruzas Nolita y llegas hasta los patos colgantes de Chinatown. Ya en el hotel, te das cuenta de que aún no has ido a Times Square. “Pues mañana sin falta voy y luego me doy un salto a…

 

1- … New Jersey, que tengo esa espinita clavada”.

 

2- … Williamsburg en Brooklyn, que me han dicho que está muy bien”.