Una gran ciudad muy diferente por dentro y por fuera a cualquiera que hayas visto… Así es San Francisco.

 

Introducción

A veces, uno lucha contracorriente y no se sube al carro de las modas. Por principios, por falta de tiempo o… por pereza. A algunos, nos pasa esto último con el running. Que no digo yo que no sea sano, barato y se conozca gente, pero no acabo de interiorizarlo. A decir verdad y si no hay pelota de por medio y/o marcador, con andar me basta.

“No, no soy runner, ¿qué pasa?”

Reconocido el pecado con la cabeza bien alta, he de decir que sí le encuentro cierto interés a asistir “como público” a alguna carrera popular. Esto, por dos motivos. El primero y más importante, reafirmarme una vez más en mi valiente decisión (al ver a la gente desencajada y a punto de fallecer) de no correr salvo que alguien me persiga. El segundo, por la indudable puesta en escena estética de superación, alegría y drama que se ve desde el otro lado de la cámara. Una vez más, es esta extensión de mi cuerpo a modo de máquina inmortalizadora la que me acerca a lugares y momentos que, de otra manera, no tocaría ni con un palo o se ahorrarían mi prescindible presencia.

¿Qué le impulsa a alguien a madrugar un domingo y salir a la calle con tres grados de temperatura para estar coqueteando con un infarto o, cuando menos, perseguiendo sus propios mocos que nunca va a adelantar?

Mientras tanto, en San Francisco…

  • Lucy: Pues nos dice Carlos por mensaje privado que hay una carrera popular aquí el domingo?
  • Yo: Ahámmm…
  • Lucy: ¿Vamos?
  • Yo: ¿A qué?
  • Lucy: A verla por lo menos.
  • Yo: Mmmmmmhhhh… bueno.
  • Koke: ¿Teta?

Nótense los matices entre líneas, letras y silencios de una relación limpia y asentada. Ella, siempre proponiendo (pero conociendo las limitaciones de él) e intentando llevárselo a su terreno. Él, parco en palabras y ganas, no queriendo no parecer tan aventurero e hiperactivo como se le presupone. Por último, el producto cárnico de ambos a lo suyo e intentando acumular fuerzas para entregarse al máximo cuando una nueva experiencia se las requiera.

Bay to Breakers race // 12 km.

Llegó el día. Salimos de la casa todos contentos (cada uno por sus motivos personales) y andamos unas pocas calles para, supuestamente, cruzarnos con el final de la carrera. Todo está en silencio e incluso se masca la tragedia. ¿Nos habremos equivocado con la hora o el lugar?

  • Yo: Parece que esto se ha acabado ya.
  • Lucy: No creo.
  • Koke: ¿Abua?

Nótese el equilibrio vital logrado entre padres. Él, siempre ojo avizor y pendiente de los posibles peligros o variables incontrolables que puedan afectar a la seguridad de la familia. Ella, siempre optimista y a la búsqueda constante de nuevas experiencias que regalarnos a todos. El tercer viajero a lo suyo con el tema de la supervivencia.

De pronto, a lo lejos, se intuyen unas pocas personas corriendo. Parece que vamos bien y aceleramos el paso para ver lo poco que quede del evento. Una vez allí, nos quedamos con la boca entreabierta no solo al ver la cantidad de gente a lo lejos que aún falta por pasar, sino por “la calidad” de la misma.

Patos, tenistas, mecánicos, rockers… Parece que estamos en Carnaval. Algunos corren, pero son los menos. Aspirantes a corredores de todas las edades se hacen fotos y bromean unos con otros. Incluso… “sí, sí, es un tío desnudo”. Y después de ese, otro. Y más atrás, otro más.

Acabamos dejándonos inundar por el ambiente entre pompas de jabón, locura y desenfreno. Uno hace fotos, otra charla con el primero que pasa y el pequeño intenta subirse a la primera bicicleta (por muy grande que sea) que pille a mano. Cuando todos estos elementos se alinean, nos encontramos hablando con un peculiar personaje digno de casting que sostiene su bici y nos suelta la frase que da título a este artículo y que, como alguno de los programas del “Nadie sabe nada” aún no ha empezado (sí, estamos en un falso inicio):

“En San Francisco, lo normal es ser raro y lo raro, es ser normal”

Todo esto es muy raro, ¿no?

Pasear por las calles de San Francisco es encontrarse constantemente con calles imposibles apuntaladas por casas de película. Es jugar en superparques infantiles ambientados en temas relacionados con la Naturaleza y la aventura diseñados para la superación por edades. Es conquistar vistas después de dominar colinas cada 10 minutos. Es cruzarte con coches raros que no puedes evitar mirar. Es tener una cárcel en medio del agua, leones marinos “dentro de la ciudad”, puentes modelo y todo modelo de transportes (funicular, tranvía, trolebús, patines, bicis…).

Pero además de toda esta mezcla de eventualidades, no deja de ser curiosa “la forma” de sus habitantes. Por un lado, están los que con una alegría fuera de lo común, disfrutan de la ciudad y la vida en todas sus variantes: haciendo barbacoas, pescando, montando en barco, etc. Siempre con una sonrisa. Siempre con un saludo por delante.

Por otro, los que por diferentes motivos, la sufren. Hordas de homeless que por varios motivos han acabado acumulándose en las calles de la ciudad y que, estando en medio de todo, parecen ser hologramas de un mundo paralelo. Todo está mezclado. Todo convive. Todo es normal.

Pero mola, ¿verdad?

Y allí, en medio de un montón de gente desnuda, disfrazada de Daft Punk, enchufe o astronauta persiguiendo pompas de jabón, nos damos cuenta de que estamos muy a gusto y que todo nos parece bien. Nos parece bien que las calles sean tan incómodas de andar… solo porque son bonitas. Nos parece bien que la lucha por amor empezara justo aquí y se manifieste con color, orgullo y normalidad. Nos parece bien que a nadie le importe cómo vayas vestido (o no), si estás dándole aún el pecho al niño o si te da por hacer catas inventadas al sol. Nos parece bien que haya gente de todos lados en todos lados. Nos parece bien incluso la posibilidad de vivir aquí (y eso no nos ocurre con muchos sitios).

¿Será que lo raro nos parece normal o que, sencillamente, somos raros?

Pensando en todo esto y a decir verdad, puede que eso de auto considerarse raro (o diferente), no te valide como tal. ¿Y si se trata solo de una sensación? Una lucha interna con el exterior por encontrar tu sitio. Un poco más acá o un poco más allá. Pero el tuyo al fin y al cabo. Más allá de como nos creamos o consideremos, probablemente sea el entorno y lo que hacemos en él el que marca cómo nos sentimos. Nos condiciona tanto lo que nos rodea que o te aislas “para controlarlo”,  o te dejas llevar por él con todas sus consecuencias.

Y eso.

Nota: si te interesa San Francisco porque estás pensando ir, puede que te interese saber dónde están algunos de los lugares más interesantes para hacer fotos allí.

 

4 Comentarios

  1. Pues no te digo que me han dado ganas de visitar San Francisco, y eso que no me llamaba NADA la atención? será que yo también soy una raruna? 😀

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