Hubo una época (muy muy lejana) en la que viajabas solo. Luego, tuviste la suerte de encontrar en el momento justo a una persona con el mismo sueño que el tuyo (o tú que ella) y empezaste a viajar en pareja. Después hiciste un par de viajes “con padres”. Más tarde, la vida te ha llevado a viajar con tu hijo. Y por último, te lanzas a un experimento fuera de lo común: viajar durante un mes por Colombia con pareja, hijo y suegros/abuelos. 24 horas, siete días a la semana. Todos juntos. Mezclados, no agitados. Colombia, además de ser destino muy deseado, se convertía en todo un reto para nosotros. Un reto, que perfectamente podría servir de guión para un reality en plan “Supervivientes”.
¿Volveríais todos juntos o cada uno por su lado? ¿Habría enfrentamientos? ¿Discusiones? ¿Síntomas de resfriado? ¿Malestar general?
En un momento en el que aún le estás pillando el truco a eso de viajar con un bebé, cruzas los dedos para que esto de viajar en plan “happy family”, salga bien. Por un lado sospechas que a los suegros/abuelos, Colombia les importa más bien poco. Si les hubierais dicho que en agosto ibais a estar en Turkmenistan, habrían ido igualmente. Intuyes que el objetivo principal es el de estar con el primer nieto de la familia (por los dos lados). Y para ello, se piden todos los días de vacaciones sin dejarse ni uno por gastar.
Vaya por delante que si así fuera, no habríamos aguantado ni dos programas en parrilla por perdida de audiencia. Y es que hoy en día, en tiempos en los que lo que vende es el conflicto y que salga a la luz “lo más oscuro” que uno lleva dentro, es de bastante poco interés que un viaje en familia salga bien.
Paradójico, ¿no?
Y es que, además de que es totalmente imposible discutir con mis suegros (a pesar de que me meto bastante con ellos y como dicen, soy “bastante joío”), se dejan llevar y todo les va bien en viaje. Nunca una cara larga. Nunca un “no”. Nunca una palabra más alta que otra. Ya fue así cuando viajaron con nosotros en tuk-tuk por Sri Lanka pero encima, ahora han sacado el abuelo que puede que todos llevemos dentro y claro, aparecen unos súper humanos salidos de algún tipo de experimento secreto del ejército americano.
Los abuelos… esos seres.
Se trata de unos entes indestructibles e imparables ante la adversidad. No hay llanto que tire abajo su predisposición y capacidad para calmar o divertir. Cuando uno se ve superado como padre por las circunstancias, aparecen cual Rambo salido de la jungla y te arrebatan al pequeño para sacar algún entretenimiento que se guardaban cual comodín vaya usted a saber dónde. Si el abuelo es capaz de portearlo durante tres horas de trekking por El Valle de Cocora o de levantarlo en peso las veces que sea necesario porque al pequeño le gusta, la abuela tiene el poder de cantar infinitas canciones una detrás de otra o la misma en bucle si es la que más gracia le hace a la criatura en ese momento. Sin cansarse. Sin desfallecer. Por encima de sus posibilidades para cantar y las de cualquiera para escuchar. Todo el tiempo es poco para jugar con el pequeño. No hay excusa para no estar con él. Es en esos momentos en los que ves actuar en directo a unos abuelos, cuando te das cuenta de que te queda mucho por aprender… y aguantar.
No sé dónde escuché o leí que “no acabas de valorar lo que tus padres te quieren e hicieron por ti, hasta que lo eres tú”. Estamos en esas. Pero es que el amor de un abuelo es, además de incondicional, el de la diversión asegurada y desmedida. Sin castigos, sin malas caras y con barra libre de caprichos. Están para malcriar, según dicen. Y parece que es verdad. No te puedes fiar del todo de ellos ya que son perversos. Cuando menos te lo esperas, te la lían. Y es que tú, que intentas mantenerte firme y estricto con ciertas rutinas y formas de entender la crianza, cuando te despistas un segundo, ves cómo le plantan un helado al bebé, se te lo llevan de paseo más de lo estipulado, le compran un juguete, ropa o similar.
¿Hacían esto con sus hijos? Te preguntas. La respuesta seguramente es “no”.
Así que te encuentras con cuatro brazos más con los que cargar y consolar al pequeño viajero por Colombia cuando las tuyas no pueden más. Cuando quieres dormir en el autobús, escribir algo, hacer unas fotos o sencillamente, ir al baño. Te encuentras con unos suegros que se han transformado en abuelos. Un apoyo incondicional del que, como siempre os pilla viajando, no podéis tirar tanto. No ya para que cuiden de su nieto si tú estás cansado… sino para que lo quieran infinitamente si tú bajas la guardia un solo segundo.
Si nunca tuviste clara la idea de viajar con tus suegros… prueba a hacerlo con “los abuelos”.
10 Comentarios
¡Precioso! ¡Enhorabuena! por el texto, las imágenes y cómo no por los abuelos.
¡Muchas gracias! Arriba los abuelos 🙂
Precioso texto! Hoy día con muchísimo mas sentido para mi!
Un abrazo, y a cuidar a los super abuelos siempre!
Cuidados han estado. Ahora se suma la abuela canaria a Sudáfrica Un beso!
precioso artículo!! y que manera tan hermosa de explicarlo. sin palabras
☺️ Muchas gracias Verónica!
Nosotros hemos hecho un par de escapadas por Europa con abuelos… Y la experiencia ha sido buena… aunque claro, mover a más gente, siempre resulta un poco más difícil. Pero mola ir con ellos para “desentenderse” un ratito del peque! jejejeje
Eso sí, si pudieran, se acoplaban los abuelos a todos los viajes que hacemos! jajajaja
Pues cuidado! Que la confianza es lo que tiene
Maravillosa redacción… emotivos sentimientos que expresa con total claridad… y qué ciertos son, gracias por ver a “los abuelos” desde ese prisma tan puro, simple y transparente, sin revés… como estos pequeñas criaturas lo son… También dicen que la vejez es como una vuelta a la infancia… pero con toda la sabiduría de una vida.
Disfrutad de ellos como abuelos, todo amor!
Entrañables unos y otros. A veces, dan ganas de coger unas palomitas y sentarse a mirar ☺️