Actualizado 15/01/2018
De unos quieres huir. En los otros vivirías.
Nota: si hace poco que has comido o eres fácilmente impresionable ante lo escatológico, es mejor que no sigas leyendo.
Y este artículo dice así...
Que Japón e India son polos opuestos, no es ningún secreto. Mundos paralelos salidos de dimensiones diferentes que, por no se sabe muy bien qué motivo, han coincidido en el espacio tiempo en este planeta llamado Tierra. Pasar de un país a otro de golpe, es un shock que te puede acarrear daños casi irreversibles a todos los niveles. Uno de los lugares con menos aspectos comunes entre ambos, son los baños en general y el váter o lugar de desahogo máximo en particular. Analicemos pues, con rigor y objetividad, los impactos visuales y psicológicos que un alma cándida (en caso de necesitar alivio repentino) puede recibir ante semejante exposición de sus sentidos.
El baño japonés
Por un lado, tenemos el baño japonés japonensis común. Un lugar de limpieza extrema en el que no solo se puede comer… se puede vivir. Todo lo que necesitas y mucho más, está al alcance de tu mano e incluso tu imaginación. A las chanclas que te puedes encontrar en la entrada, jabones de varios tipos, máquinas de secado futuristas, calefacción, flores y dispensadores con sensores ultrasensibles, se le suma lo que te encuentras cuando te retiras “a tus aposentos”. Cualquier necesidad que puedas tener dentro de la zona de riesgo, ha sido prevista, diseñada y puesta allí para tu uso y disfrute. Sencillamente no das crédito a todas las opciones que tienes a tu disposición: una sillita para dejar a tu bebé mientras haces los deberes y él aprende de primera mano el “modus operandi”, una taza mini sobre una taza maxi para cubrir todo el espectro de edades y culos, una encimera para dejar tus cosas, colgadores para la chaqueta, bandejas desplegables para depositar la maleta… ¡y el váter! Mucho se ha hablado y escrito ya sobre estas máquinas inteligentes. Entes pensantes que reaccionan ante tu sola presencia y tus deseos. Ante tus retortijones más íntimos. Ante tus miedos y preocupaciones.
Un váter japonés intenta entenderte antes, durante y después del acto pero claro, también tiene su corazoncito y quiere que le entiendas tú a él. Para ello, siempre cuenta con un manual de instrucciones que ya lo querría una televisión 8k con 4D del año 2.052. Nada más verte, es capaz de saludarte levantando la tapa para agilizarte la tarea por si vienes con prisa. Si la cosa pasa a mayores, te tiene caliente la taza para que te sientas a gusto (el confort es lo primero). De complicarse la situación porque se ha comido en exceso, no tienes de qué preocuparte, el váter japonés está preparado para acompañarte en esos momentos difíciles que solo él entiende. Y es que, entre sus muchos botones, tiene un hilo musical con el que tú y todos los que te rodean, os váis a sentir mejor. Mucho mejor.
A pesar de estar disfrutando de la situación sin esfuerzo aparente… todo lo bueno se acaba. Tu compañero de faena está preparado para el momento y despedirte como mereces. Habías oído hablar del “chorrillo” cientos de veces y te da cierto reparo dejarte llevar por la emoción del momento pero, te sientes tan bien y seguro, que confías ciegamente en tu integridad y le entregas tu flor al váter dándole “al botón rojo”. Por un instante, un arrepentimiento fugaz te recorre la espalda y hace que se te congele el esfínter. El escepticismo se apodera de ti durante un par de segundos porque no sabes muy bien qué va a ocurrir. Bueno, sí lo sabes. Pero no tienes ni idea de si dolerá o no. De si el váter con el que tan bien te has llevado te respetará lo suficiente o de si será todo lo delicado contigo que ha sido hasta ahora. Tres… dos… uno… Estás en el cielo.
Un cúmulo de sensaciones se hace fuerte en ti. El calorcito del chorrillo te alivia, refresca y relaja a la vez. En un primer momento te dejas llevar por sensaciones hasta ahora desconocidas (lo cual, te da mucho que pensar). Poco después, te preguntas cómo es posible que exista en el mundo semejante puntería. Analizas la situación con incredulidad: “¿tu culo mide lo mismo que el resto de culos?”; “¿Hay una cámara ahí dentro para poder apuntar bien?”; “¿Cómo es posible acertar entre tanta oscuridad justo al centro del asterisco?”… Al final, los nervios pueden contigo y hacen que te levantes presuroso antes del proceso de secado. Es decir, en el mejor momento. No quieres que nadie sospeche sobre lo que has venido a hacer y ya lleváis mucho rato “a solas”. Te levantas con la tranquilidad de poder acabar la faena en manos de alguno de los cientos de rollos de papel que sí o sí hay en todos los baños del país. Y te vas. Te vas de ese baño japonés con el que tanto has intimado con cierta pena, pero con la satisfacción del deber cumplido. Con la tranquilidad de que si sientes la necesidad de acudir al excusado de nuevo, aunque sea pronto, encontrarás rápidamente otro lugar igual o mejor que este en el que te “sentarás” comprendido, entendido y bien acompañado.
El baño indio
Por otro lado, tenemos el inusual y siempre inesperado baño indio. Una “rara bañis” de difícil avistamiento y peor manejo. Para ser un país tan grande y teniendo en cuenta los pocos “toilets” que hay, su variedad es infinita. Aunque eso sí, todos forman parte de una escala básica: sucios, muy sucios, increíblemente sucios y ahí no puedo entrar. Para empezar, tienes muy claro que debido a la escasez de estos lugares y su peligrosidad en las distancias cortas, debes de salir con los deberes hechos del hostel todos los días. Sí o sí. Si no te queda otro remedio que iniciar la búsqueda de un retrete por motivos como: haber sufrido un descolocante cambio horario gracias a un madrugón reciente; el fin súbito al más que probable proceso de estreñimiento o el posible inicio de un desgarro interno por ingesta de alimentos en dudosas, largas y calurosas condiciones… no te queda otra que cruzar los dedos y lanzarte al encuentro de lo desconocido.
Partamos de la base de que probablemente, el baño más frecuentado en India, es la calle. Cualquier hijo de vecino se alivia en el primer sitio que le pilla necesitado. Frecuente es ver cerca de las vías del tren o en el campo a mucha gente con la sola compañía de una botella de agua en la mano derecha y su mano izquierda libre para actuar en “el después”. La táctica de entrar en un bar o restaurante (sea callejero o no) a tomar algo para poder ir al baño no funciona ya que, el 80% de dichos lugares, o no tienen o comparten uno comunalmente con otros emporios gastronómicos a los que no queda muy claro cómo llegar. A veces, el baño del restaurante es parte de una casa y es posible que te encuentres (como mínimo) a un niño de 7 u 8 años dándose una ducha a cubazos.
Una vez encuentras algo parecido a un retrete, notas una sensación de miedo extremo antes de entrar. Debido a la necesidad creciente y a la cantidad de adrenalina que empiezas a segregar, ese temor pasa a segundo plano en poco tiempo. Y allá que te vas. Te adentras en un mundo desconocido en el que no tienes ni idea de qué te vas a encontrar… y qué no. A veces das con un váter experimentado por el que no pasa el tiempo… ni el jabón. Son váters en los que percibes fácilmente que han visto de todo y que no olvidan. Están marcados por mil y una batallas y así seguirán estoicamente como testigos del paso del tiempo. Sin un estropajo ni una gota de jabón que los devuelva a su ser.
Otras veces, te encuentras con solo un agujero en el suelo por el que se tiene que ir todo (o puede que no). Aunque el procedimiento habitual se basa en la técnica milenaria de aguante por cuclillas, para un profano en la materia parece que dicho sistema no es garantía de éxito, ya que no todo el mundo se aproxima lo suficiente y “encesta” (bien sea por descuido, por no querer ensuciarse con lo que ya había de antes o por un desequilibrio repentino).
En cualquier caso, te pones “a ello” (porque no te queda otra). De algo hay que morir y al menos, no estás solo. Te acompañan al menos cuatro mosquitos hambrientos a los que les encanta la comida española (sin picante), dos arañas reinas, varias decenas de hormigas y algún que otro escarabajo. Eso, sin nombrar a todos los indios que (como siempre) tienes alrededor, claro. Olvídate de que haya calefacción, aire acondicionado o música para acompañar/disimular. A decir verdad, no quieres que el acto se alargue mucho pero entre esto y aquello, te da por pensar en qué pasaría si soltaras a un japonés que nunca ha salido de su país en un baño indio como este (y viceversa).
Ni que decir tiene que no hay papel. Se trata de un bien escaso para el foráneo que siempre tiene que llevar un rollo de emergencia encima o robar servilletas (cuando las encuentras). Por estos lares se estila el grifo con o sin cubo y… el uso de la mano. Evidentemente, cuando se trata de un cubo con agua y no hay cacito con el que sacar dicho agua, se te cortocircuita el cerebro. Este es el momento en el que tienes que sacar toda la creatividad que llevas dentro (y nunca mejor dicho). Una vez retirado el chocolate, huyes de allí a paso ligero con la intención de lavarte las manos. El problema es que casi nunca vas a encontrar jabón (puede que ni agua) y claro, si no llevabas papel higiénico, el aroma se va a ir contigo y con tus mojadas manos (porque por supuesto, tampoco hay nada para secarte).
Cabe destacar que como los indios son de curiosidad intensa y muy de mirar, te sientes observado en todo momento. Hagas lo que hagas, sea blando o duro, rápido o lento, huela o no, te laves o no, te seques o no… Te miran. Mucho. Antes y después. En cualquier caso, intentas no apoyarte en ningún lado, no tocar nada, no inspirar con fuerza y salir de allí cuanto antes sin mirar atrás. Como no queriendo que nadie se entere de lo ocurrido, pero sabiendo una vez más que este tipo de experiencias, son las que más vas a recordar.
33 Comentarios
¡Ay, cómo me has hecho reír! No conozco Japón (aunque está en mi súper Bucket List viajero) pero sí India y doy fe que es así! ¡Abrazos desde Buenos Aires!
Lo de India es una cosa loca. Sin duda alguna. Y claro, por comparación con Japón, la cosa ya es muy fuerte. Abrazos!
Hay tantos baños como gente en el mundo…
Bueno… alguno menos.
Sos un genio Rubén! Un abrazo desde Argentina
Ay Mariana… no me digas esas cosas que se me suben a la cabeza 😉 Otro abrazo desde Madrid (de momento).
Cuando volvimos de Japón creo que he hablado más de la pulcritud de sus baños que del resto del viaje! Y eso que es un país increíble! Muy chulo el post!! 🙂
Gracias! Japón es mi debilidad. Dos meses allí y se me hizo tan corto… ayyyyy (guiño, guiño, suspiro, suspiro).
jajajajaja me reí mucho, en especial con la duda del “chorro de agua” del baño Nipon. Muy buen post (como siempre), y gracias por la información! ahora se que si vamos a Japon podemos vivir en el baño y si vamos a India capaz seria mejor si llevamos un baño portátil 🙂
Un beso a los 3!
Y yo que ahora mismo me iba con los ojos cerrados a cualquiera de estos baños… 😉 Besos a los tres tb!
jajajaja Me encanta! Hacía días que no disponía de tiempo para leeros, de hecho voy a seguir leyendo algún post más que se me acumulan.
No solo me parto de risa la mayoría de veces que leo algo que recordar! Sino que a parte de tener post curiosos, divertidos y útiles como este (ahora se que debo llevar una mascarilla NBQ para visitar “el trono indio”) he llegado sin darme cuenta al juego mental de según voy leyendo, intentar adivinar quien lo escribió y la verdad es que acierto muy pocas veces!
Esta fue una obra maestra Ruben! Si señor!
me ha recordado muchas cosas de mis dos estancias en la India, pero a pesar de todo, cuantitativamente puede que gane la India, pero cualitativamente (lo mas cerdo visto en mi vida) Egipto me sorprendio asquerosamente.
No me lo quiero imaginar, la verdad 🙂
Exquisita la descripción de esa primera vez en la que el chorrillo hace su trabajo…
Me sorprende que habéis pasado de puntillas sobre el olor fétido, nauseabundo e insalubre (pongo tres adjetivos para darle como más énfasis) de los wc indios… ¡hay q entrar con mascarilla!
Muy cierto eso. Ni ellos entran respirando. Ayyyyy… que en breve volvemos para allá… voy cogiendo aire 🙂
MUY DIVERTIDO¡¡¡¡¡¡Gracias por este ratito de risas que ayudan a superar la penica de la despedida.
Buen humor siempre!… Incluso “cuando hay retortijones por dentro” 😉
jajajaja ¡menuda comparación! Definitivamente Japón es mi destino soñado 😛
Me están gustando muchos vuestras entradas por el país nipón.
¡Un saludo!
Vas a tener que ir a por el chorrillo! Gracias Sandra.
Bueno, yo he dejado mi comentario en Facebook, pero es verdad que en el blog es donde mola más. Los westerner toire están en algunos sitios de Japón, y en otros no, y ya que tengan botoncitos es de luxe. En mi casa tenía un westerner toire como el que tengo en mi casa de Madrid, pero en el gimnasio, en el centro municipal, y en la mayoría de edificios públicos había japanese toire . Y son más bien como los indios: de agachar el culete! La diferencia es que son alargados y no cuadrados, pero por lo demás… Me encontré uno de los de cantidad de botones y chorritos del amor cuando fui a visitar Tokyo (yo vivía a unas 7 horas al sur), en el hotel sí que sí, jejeje. Y en el aeropuerto de Osaka, pero da un poco de cosa usar los chorros ahí. Porque lo de Japón y la higiene… yo no lo tengo tan claro como tú… Saludos!!
Evidentemente, los 100 millones de váters japoneses que hay no son así, como tampoco los 1.000 millones de indios son un agujero. En todos los baños públicos que me encuentro en Japón hay de agachar culete pero siempre, hay un western toire. Se trataba de hablar de la media de lo que se ve en un país y otro y lo extrema que resulta la misma. De lo que más llama la atención en un lado y en el otro. De todas formas, en cuanto a la higiene japonesa al lado de la india… No hay color. Día y noche. Nada que ver. Más saludos!
Buenísimo el post! Sobretodo cuando en poco mas de un mes llegamos a la India… Tras seis meses de agujeros, grifos y cubitos por Asia central, quizás deberíamos saltar a Japón del tirón 😀 que ganas de papel, olor a desinfectante y jabón… Ais…
Seguro que os va a gustar igual la experiencia. Con o sin papel higiénico 🙂 Ya nos contaréis, ya. De eso se trata, ¿no?
Creo que en la India se me pondría cara de estreñida…
Besos a los dos.
Ja ja, los de la India tienen tela! (nota mental: reafirmarse en no ir a la India 🙂
Los de Japón son una gozada. Al principio te extrañan, los criticas (por exagerados), pero cada vez que paso unos días en Japón… llego a España y me pongo a buscar si venden aquí algo parecido. No puedo vivir sin ellos!! ^_^
PD. No es que acierten con el chorrito, es que se mueve (poco, pero se mueve) adelante y atrás, por lo que al final acierta sí o sí en algún momento.. 😀
Germán, te juro que “el chorrito” acertó a la primera sin desviarse ni un milímetro. 100% de efectividad 🙂 Debo tener un ojete average y a partir de ahí empieza la búsqueda. Abrazote!
Ja ja, bueno, imagino que hay modelos diferentes. El de mi departamento en Japón va adelante y atrás, lo conozco bien (nos hemos hecho íntimos.. 🙂
O sea, que el clásico “vete a cagar” en Japón es un premio.
Te has superado Ruben. Me duele la cara de la risa.
Baños expendedores de felicidad los de Japón, sí. Va a ser duro volver al sur de India después de aquí. Un abrazote!
Sublime. Estoy completamente de acuerdo con vosotros en el sentimiento y en la sensación. Conozco los dos ejemplos que pones y ni Cervantes los describiría mejor.
Felicidades por el posts y envidia por el viaje.
De tan extremos que son… se trata de “sensaciones universales” 🙂 Gracias Andrés.
Nos hemos reído mucho con este post, además las fotos acompañan en todo momento a la lectura, felicidades.
Gracias!!! Esa era la idea… llevar alguna que otra sonrisa de acá para allá! 🙂