Un día te levantas… te miras al espejo… sonríes y dices: “¡estoy vacunado!”. Al principio, la satisfacción se debe al simple hecho de haberlo conseguido. Causa efecto. Te tienes que vacunar, vas y lo consigues. Misión cumplida. Una insignificancia para la humanidad… un coñazo para ti. Pero lo has hecho. Al fin y al cabo, has sufrido eso de pasar por varios estados de contradicción constante. Lo primero es asimilar con entereza lo que con tanta tranquilidad te dice el médico: todas las zonas de riesgo por las que vas a pasar y todo lo que por allí anda y vuela suelto. Después, el señor de bata blanca, saca tu nueva y flamante cartilla amarilla de vacunación de un cajón (Lucía ya tenía la suya desde hace dos años),  documento que sólo tienen unos elegidos (a los que le vacunan de la fiebre amarilla) y es… en ese momento, con tu cartilla amarilla acreditativa en el bolsillo… cuando empiezas a sentirte especial. Se inicia un metódico proceso calendarizado en el que tendrás que autovacunarte en casa y volver varias veces al centro para “arremangarte” y cumplir los plazos con todas las vacunas posibles: encefalitis japonesa, hepatitis A, hepatitis B, cólera, rabia… Eso sí, cuando acabas, te elevas hasta un “estado de satisfacción absoluta”.

La sensación de que ya has acabado de vacunarte y que tu Certificado Internacional de Vacunación amarillo (sin el que no puedes entrar a varios países) está más relleno que un album de cromos, no es nada comparado con lo que asumes a continuación… ¡eres casi inmortal! Y tienes un documento que lo certifica. Bueno, bueno, bueno… Hagamos un alto en el camino para analizar con tranquilidad lo que significa tener una especie de certificado Aenor que dice que tú, “TÚ”… tienes casi poderes. En mi caso, he de reconocer que tengo cierta predisposición a prevenir la enfermedad “de serie”. A desconfiar de ella. A mirarla de lejos. A esquivarla. A eludirla… Que soy un poco hipocondríaco, vamos. No tanto como mi hermano o como lo era mi padre… pero les sigo de cerca. Para demostrar esto que digo, sólo contaré que cuando voy por la calle y viene andando alguien de frente y… estornuda… yo aguanto la respiración hasta pasados varios metros. Lo sé, es ridículo. Caricaturesco. Maquiavélico. Enfermizo… bueno, enfermizo no, porque me resfrío muy poco gracias a mi infalible método, la verdad. En cualquier caso, os estaréis diciendo “pues con lo miradito que pareces… ¿estás seguro de irte a dar la vuelta al mundo?”. Y la respuesta es sí. Claro que sí. ¿No te has enterado? ¡¡¡Estoy vacunado!!! Ahora mismo, si viene un mono con calvas en el lomo, sin dientes, supurando generosamente por alguno de sus orificios, un poco mareado y… me estornuda en la cara a menos de un palmo de distancia… ¡NO PASA NADA! Estoy preparado “para soportarlo”. Te lo dije al principio y te lo digo ahora: somos superhéroes. Y si no estás de acuerdo conmigo, es porque nunca has oído hablar de… ¡Superplacebo!

NOTA: Si tienes dudas de cómo gestionar las vacunas internacionales, ponte a ello con al menos un mes de antelación. Nuestros colegas de @ungranviaje_org ofrecen una selección de links que te pueden resultar útiles para encontrar toda la información que necesitas y los centros que existen en tu Comunidad habilitados para ello.

Y bueno, si a ti los viajes no te convierten en superhéroe, mejor lleva un buen seguro de viaje por si acaso…

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