Del 2 al 5 de septiembre // Temperatura: 28º // Soleado
La primera pregunta que te haces a ti mismo cuando llegas a un sitio así es… “¿Qué hago yo aquí?” La segunda… ¿Por qué habré abandonado mi zona de confort?”. Y es que en Yangon, hay basura por todos lados, caos, barro, bichos, edificios destrozados, gente gritando en todas direcciones y que se te acerca porque sí, casi todo huele mal, reina el desorden…
De repente… mientras andas por por sus aceras llenas de obstáculos preguntándote ese tipo de cosas y superado por los impactos que te rodean, metes el pie en no sabes muy bien qué (es húmedo, blando y sólido a la vez). Ante tu repentino e inesperado frenazo en seco, una señora que llevaba una enorme cesta de plátanos tiene que esquivarte bruscamente, una moto casi choca con ella… y el conductor de un autobús, tiene que demostrar sus habilidades al volante. No es el lugar el que no funciona. Eres tú.
Es en ese momento, cuando te preguntas ¿por qué me gusta esto tanto? Y te das cuenta: es el desorden lo que te llama la atención. Un desorden increíblemente ordenado y que sorprendentemente, va como un reloj suizo. Un desorden en el que la gente hace lo que quiere sin molestar a los demás: cocina donde quiere, vende donde quiere, come donde quiere… Gente sin prejuicios que sí, es cierto, “no tienen mucho”… y probablemente por eso no te miran por encima del hombro… por debajo o por un lado… lo hacen de frente. Intensamente. Y encima, con una sonrisa.
Mientras andas por las calles de Yangon e intentas colarte en las pagodas sin pagar los 5$ que sólo pagan los extranjeros y que van a manos del gobierno, mientras te paras a observar cualquier cosa en cada esquina, mientras te sientas en las teterías a descansar, mientras te fastidia pagar 20$ por una habitación con sábanas que en otra época no tocarías ni con un palo, mientras no paras de recibir sensaciones nuevas… te das cuenta de que acabas de llegar a uno de esos países que lo odias, o lo amas… pero que no te va a dejar indiferente.
Yangon, es una de esas ciudades que te da una “bienvenida dura” si no estás más o menos acostumbrado “a vivir” países que tú consideras con “carencias”, “incomodidades”… y “limitaciones”. Es una ciudad en la que jamás vivirías, pero que vale mucho la pena conocer. Una ciudad de esas en la que cuando llegas… “te crees un ser superior” y que constantemente te enseña cosas hasta ponerte en tu sitio.
Y como en las capitales… se suele juntar lo malo, frío e impersonal… miras al horizonte y ves casi un mes por delante en el que vas a aprender mucho de la vida, de las personas y sobre todo, de ti.
Te das cuenta de que acabas de llegar a un país que “te va a poner a prueba” y en el que reina “la zona de desconfort”. Esa, que es tan peligrosa, de la que tanto hay que huir… y que tanto te enseña.
4 Comentarios
¡Precioso post! estoy de acuerdo y me he sentido identificado en cada palabra… pronto tendré el placer de visitar Myanmar y seguro volveré con la mochila llena de aprendizajes… gracias y un saludo Raúl
Seguro que te vas a llevar un montón de grandes experiencias tanto en Yangon como en todo el país en general. Buen viaje!
Nosotros llegaremos a Yangon en menos de un mes para comenzar nuestro recorrido por Myanmar. Es cierto que mucha gente te dice “pero como eres capaz de ir a esos sitios” “Has sido capaz de dormir ahí?”, y nosotros les contestamos: Eso es lo que buscamos y lo realmente “auténtico” del país, no los resorts de 5 estrellas…
Pues os vais a hartar de autenticidad 🙂 Ya nos contaréis.